La sucesión norcoreana
El gran cónclave norcoreano acaba de comenzar y ya ha alumbrado la que probablemente sea su decisión principal. Kim Jong-un, el más joven vástago del dictador Kim Jong-il, y un desconocido para los sufridos norcoreanos hasta esta misma semana, ha sido hecho general de cuatro estrellas, con 27 años, y miembro de la poderosa Comisión Militar, a las órdenes directas de su enfermo padre. Se pone así solemnemente en marcha la sucesión en el único país cerradamente comunista que funciona con los requerimientos dinásticos de una monarquía. Le acompañaran en presumible función de regentes una hermana de su padre, promovida también a las más altas instancias, y su marido, mano derecha del líder supremo.
Corea del Norte es uno de los Estados más opacos del mundo y el más impredecible en sus exabruptos internacionales e intenciones nucleares. Si algo resulta evidente -y el nombramiento de Kim Jong-un como general lo confirma- es la preeminencia absoluta del Ejército como fuerza incontestable, a la que se dedica el grueso de los presupuestos de un país en la indigencia y aislado, con China como único y poderoso aliado y benefactor. El colapso de Pyongyang tendría consecuencias impredecibles para la dividida península coreana y el conjunto del sudeste asiático.
La otra fuerza norcoreana es el Partido (único) de los Trabajadores, cuya magna conferencia -la anterior de semejante importancia se celebró hace 30 años- escrutan estos días los arúspices con la esperanza de adivinar algún cambio prometedor, político o económico, en el rumbo de un régimen tan peligroso como impenetrable. Se analizan factores como la educación occidental del joven heredero o el grado de intimidad entre Kim Jong-il y su ascendida hermana. Unos enredos de palacio, estos, que resultarían básicamente cómicos si no tuvieran por escenario un país con armamento atómico y cohetes capaces de hacer blanco.
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