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Reportaje:

Viento en popa a toda ciencia

Todo parecía estar a mi favor; me encontraba vinculado a todo lo más virtuoso y más sabio en este país; se estaba infinitamente dispuesto a escucharme; y estaba, en fin, seguro de la rectitud de mi corazón y su completa entrega al bien general, sin egoísmos y sin prejuicios; pero...".

Esto escribía el capitán de fragata Alejandro Malaspina (1754-1810), nacido en Italia y al servicio de la Corona española. Su expedición partió en 1789, el mismo año de la Revolución Francesa, que cambió la historia -zarparon de Cádiz muy próximos en fechas a la toma de la Bastilla y la primera redacción de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano-; pretendían no solo servir política, cartográfica y científicamente a la gloria de España mediante el mejor conocimiento de lo que tenía entre manos el imperio, sino aportar luz para la modernización de la monarquía y su evolución de acuerdo con los tiempos.

Recorrerán más de 41.000 millas (unos 76.000 kilómetros). De Cádiz a Río, Ciudad del Cabo, Sidney, Honolulú
Es la España negra. Al defenestrar a Malaspina se tiraron por la borda cinco años de trabajo científico
Carlos Duarte: "Menos del 10% de los océanos ha sido explorado a fondo. Son un pozo de oportunidades"
Godoy apagó injustamente la estrella de Malaspina. Ahora se recupera su espíritu optimista

Otoño 2010: 400 investigadores de todo el mundo (250 de ellos, españoles), integrados en 27 grupos, se embarcarán durante siete meses en Malaspina 2010, bautizada ya como "la mayor expedición de la historia sobre cambio global", bajo la coordinación general del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Del próximo 14 de diciembre al 12 de julio de 2011. De Cartagena a Cádiz, Miami, Río de Janeiro, Ciudad del Cabo, Perth, Sidney, Honolulú, Panamá, Cartagena de Indias, Cádiz, Cartagena (Murcia). Más de 41.000 millas (unos 76.000 kilómetros) alrededor del mundo. A bordo de dos potentes buques de investigación oceanográfica, el Hespérides (de la Armada española) y el Sarmiento de Gamboa (operado por el CSIC). Una gran apuesta por la investigación, que supone una inversión directa de seis millones de euros, más los gastos corrientes del funcionamiento de los dos barcos: el Hespérides cuenta con una tripulación de 55 militares; el Sarmiento, 20 civiles; en el primero trabajarán 37 científicos en cada etapa; en el segundo, 22. Aparte de los Ministerios de Ciencia (Programa Consolider-Ingenio 2010) y de Defensa, Malaspina 2010 cuenta con una sustancial aportación de fondos de la Fundación BBVA. Apuntan al núcleo del debate científico actual, de la preocupación de todos. Se proponen analizar el impacto de la actividad humana en los océanos, que afecta al funcionamiento global del sistema Tierra, ya que el océano ejerce un papel central en la regulación climática del planeta y es el mayor sumidero de CO2. En la mente de todos, la recuperación del nombre y los principios de progreso de aquel navegante culto e ilustrado.

"Todo parecía estar a mi favor (...), pero es tan difícil ser recibido por el Sultán; todo lo que le rodea está sumido en la confusión y el no hacer nada, que es imposible hacerse oír y poder actuar". A la vuelta de su viaje de cinco años (1789-1794) con 200 hombres a bordo de las corbetas Descubierta y Atrevida -comandada esta por otro insigne marino, José Bustamante-, Malaspina se encontró con las intrigas palaciegas de Manuel Godoy (al que llama el Sultán), favorito del rey Carlos IV y primer ministro desde 1792: acusó al navegante de soberbio y traidor, de querer desestabilizar el régimen. Lo encarceló y luego desterró a Italia. Se incautó de su material; le condenó a él y a toda su obra a la oscuridad. "Al defenestrarlo, se tiraron por la borda cinco años de trabajo científico", explica el biólogo e historiador de la ciencia Andrés Galera, especialista en este marino, que el próximo mes publicará el libro Las corbetas del rey. "Fue una expedición muy importante, a la altura de las realizadas en el siglo XVIII por franceses e ingleses. Cartográficamente resultó crucial, pero como aquí pasó lo que pasó, fueron los ingleses quienes se aprovecharon de ese material [la British Library compró la valiosa cartografía]". "Malaspina era un ilustrado por encima de todo; pretendía reformar el sistema, que la monarquía se adaptara. Pero ni Godoy ni el rey estaban por la labor. Era un filósofo muy bien formado, preocupado por el bien común, en absoluto lo que hoy se llamaría un trepa. Era, en cierto modo, un personaje utópico. Lo condenaron sin pruebas, por decreto, acusándole de alta traición. Así que la historia lo maltrató, se le olvidó. Hubo intentos de recuperarle, como el de Jiménez de la Espada, con su expedición científica de mediados del siglo XIX, pero hasta los años sesenta-setenta del siglo XX no se procedió a la restauración de tan magnífico viaje".

Malaspina, como Jovellanos, intentó traer luz a España para que no se quedara atrás. Ambos sabían que había que luchar en una tierra inmersa en la decadencia colonial; y ambos padecieron el enfrentamiento al inmovilismo de las clases privilegiadas y la cerrazón de mentes oscuras.

Un capítulo más en esa historia negra de España que a menudo cultiva talentos, invierte en ellos, para después arrinconarlos. Así lo ve Carlos Duarte, coordinador de los equipos de Malaspina 2010, de 50 años, que vive en Mallorca y cuya especialidad es la ecología marina. Destaca como gran propósito de la expedición algo que firmaría Malaspina: "Por encima de los objetivos concretos de investigación, queremos fomentar las vocaciones científicas entre las nuevas generaciones; la apuesta por la ciencia es el futuro de un país; siempre lo ha sido, pero quizá ahora más. Queremos pasar de una guerra de guerrillas entre los grupos de investigadores a sentar las bases de una cultura de la cooperación. Porque en España a menudo se confunde la sana competencia, necesaria en la excelencia científica, con la destructiva envidia y con eso de 'si no es para mí, que no sea para nadie'. Es lo que hemos empezado a llamar 'el espíritu Malaspina', ceder un poco en lo particular para cooperar en un objetivo común, porque padecemos un problema de fragmentación y microliderazgo. Y además queremos conectar con la sociedad, transmitir la importancia de la investigación para nuestro desarrollo". De ahí el peso que le dan a la expedición virtual (www.expedicionmalaspina.es); estarán en red conectados con colegios, institutos y universidades, que podrán seguirles en su larga travesía alrededor del mundo, en cada singladura.

Carlos Duarte recuerda a Alejandro Malaspina porque él también quiere lanzar el reto al Gobierno de que la luz viene por la inversión en investigación. Así que, por mucha crisis que haya, considera preocupante la evolución en la convocatoria de oferta pública de empleo para científicos. "En el CSIC se pasó de 50 plazas en 2003 a 250 en 2007, y todos aplaudimos lo que por fin parecía una apuesta decidida por la ciencia; pero en 2010 la convocatoria ha sido de solo 20 plazas, con lo que ni siquiera se cubren las jubilaciones. Si esto permanece así, congelado, tres o cuatro años, nos podemos encontrar con que perderemos toda una generación de investigadores bien preparados, en los que el Estado ha invertido muchos recursos durante 10-12 años. Esa situación, en la actual sociedad del conocimiento, con la competencia internacional, la considero muy preocupante".

El comandante del Hespérides, Juan Antonio Aguilar Cabanillas, que lleva 15 meses al frente del buque, con base en Cartagena, suelta tres grandes sobre lo que supone el viaje: "gran satisfacción", "gran reto", "gran ilusión". Señala que la preparación para la misión ha sido "concienzuda" y que espera que Malaspina 2010 sirva para "atraer vocaciones hacia la oceanografía". "Para nosotros es una experiencia muy importante, porque este barco suele hacer campañas más limitadas, pero dar la vuelta al mundo es algo muy distinto, una gran oportunidad". Y ensalza las virtudes del Hespérides, que el año que viene cumplirá 20 años. "Cuando se botó, se colocó a la cabeza en investigación oceanográfica, nos permitió ponernos al nivel de países como Reino Unido, Francia, Alemania, Japón y Australia. Estados Unidos es aparte, claro. Es lo mismo que intentó en su época Malaspina con su expedición, situar a España al nivel de Francia e Inglaterra".

Decía Apsley Cherry-Garrard, autor del famoso El peor viaje del mundo, sobre su experiencia en la Antártida: "La exploración es la expresión física de la pasión intelectual". Reflexionaba el explorador francés de los polos Paul-Émile Victor: "La aventura es la única manera de robarle tiempo a la muerte". Y piensa el escritor Javier Reverte en la introducción al libro Expedición Malaspina, que han publicado recientemente Turner y el Ministerio de Defensa: "Los días de las grandes exploraciones en la Tierra han terminado, ya no quedan espacios en blanco en el planeta. Eso nos produce una cierta pena y no poca nostalgia". Pero Carlos Duarte viene a echar unas gotas de potente antinostalgia: "Mire, menos del 10% de los océanos ha sido muestreado o explorado a fondo. Parto no con el pesimismo tan en boga de demostrar que los océanos están agonizando, sino que los miro con optimismo, como un pozo de oportunidades. Llevamos instrumental de medición que fue creado para la exploración de Marte y luego ha sido adaptado y aplicado a la investigación oceanográfica. Eso sorprende, ¿no? Yo creo que la solución a muchos de nuestros retos actuales pasa antes por los océanos que por el espacio. Creo que vamos en busca de recursos para poder salir del estupor en el que nos encontramos, de este pesimismo malthusiano que nos atenaza; ahí están seguramente soluciones para los cuellos de botella de la humanidad, desde las materias primas, la escasez de agua y recursos alimentarios, alternativas farmacológicas, biotecnológicas, energéticas...".

Los océanos con más de 3.000 metros de profundidad media comprenden la mitad de la superficie del planeta y la mayor parte del volumen. Son su mayor ecosistema. Sin embargo, siguen siendo un gran misterio. A día de hoy, solo hay publicados dos trabajos de genómica del océano profundo. En esa línea, Pep Gasol, que trabaja en el Instituto de Ciencias del Mar (CSIC, Barcelona) y que coordinará el bloque de la microbiología en Malaspina 2010, señala que su principal objetivo es "el mejor conocimiento del océano oscuro", ese donde ya no hay luz, esas aguas que se encuentran a profundidades a partir de 150-200 metros hasta los 4.000-5.000 metros, adonde van a llegar sus aparatos de muestreo y medición. "El 70% de los microorganismos y el 50% de la actividad biológica se concentran ahí. No somos los primeros en acometer esta misión, pero sí somos pioneros en la dimensión tan ambiciosa, tan global". Tras la ingente recogida de muestras, utilizarán técnicas de genómica para secuenciar lo hallado y conocer sus funciones. Para esa secuenciación están tratando de llegar a un acuerdo con la Agencia de Energía de EE UU y con otros países. Será el primer paso, fundamental, para una larga y costosa tarea posterior de posible registro de patentes y descubrimiento de piezas claves que, según apunta este ecólogo microbiano marino, pueden aportar soluciones frente al cáncer o como fuente de energía alternativa, dos de los grandes retos a los que ahora se enfrenta la humanidad.

Pedro Vélez, del Instituto Español de Oceanografía (IEO) en Canarias, coordinador del bloque de oceanografía física en Malaspina 2010, explica: "Los cambios en las corrientes marinas, en las propiedades de las masas de agua, como la temperatura y salinidad, componen una especie de memoria del clima; son como una huella digital que nos permite remontarnos hasta 100 años atrás". Él y un equipo de 15 personas a bordo del Sarmiento de Gamboa se volcarán en el análisis detallado de las columnas de agua (desde la superficie hasta 5.000 metros de profundidad) entre las islas Canarias y Miami. Se trata de abordar algo ahora ignorado en su mayor parte: saber cómo funciona el sistema climático del planeta en toda su complejidad y no solo en la atmósfera, porque la influencia del océano en la regulación del clima en la Tierra se supone que es del 50%; así que el estado de sus mecanismos de funcionamiento nos afecta a todos de manera muy directa.

Más datos de esa enorme labor por delante. Susana Agustí, del Instituto Imedea (CSIC/Universidad de Baleares), en Mallorca, coordinará los estudios del fitoplancton, responsable de casi la mitad de la fotosíntesis que se realiza en el planeta, y, por tanto, de importancia capital como sumidero o fuente de CO2 a la atmósfera. Analizarán el impacto a nivel global del deterioro de la capa de ozono, con la consiguiente mayor incidencia de la radiación ultravioleta en el plancton. "Pondremos el énfasis en aplicar las últimas técnicas de medición y en contrastar procedimientos para intentar llegar a una homogeneización", algo básico para llegar a un acuerdo sobre lo que está ocurriendo.

El viaje llevó a Alejandro Malaspina al río de la Plata, las costas patagónicas, las islas Malvinas, Valparaíso, Guayaquil, Panamá, Nicaragua y Acapulco, Filipinas y Polinesia. Trajo el conocimiento de 14.000 especies botánicas nuevas, 900 magníficas ilustraciones y el análisis de medio millar de especies zoológicas de tres continentes. En Buenos Aires y Montevideo instalaron observatorios astronómicos. En el río de la Plata estudiaron garzas, anátidas, cigüeñas, gaviotas, búhos y lechuzas. Entablaron contacto con los patagones, y los dibujaron con atención: "En general", escribió en su diario, "eran todos (incluso mujeres y niños) de una cuadratura agigantada". En las Malvinas desalojaron a cazadores ingleses que se dedicaban sin permiso a la matanza de lobos marinos y encontraron un apio silvestre en el que vieron propiedades frente al escorbuto. En Tierra de Fuego observaron elefantes marinos, cormoranes y pingüinos. En el cabo de Hornos, Malaspina escribió: "La incertidumbre nos rodea a cada instante". Se entusiasmaron con las vistas de la isla de Guam y Manila... Su exploración alcanzó el mismo brillo que las del británico James Cook, el gran explorador del Pacífico en los años setenta de aquel siglo XVIII, o el conde de Bougainville, que en 1769 completó la primera circunnavegación francesa, pero... Pero su estrella fue apagada por Godoy.

Ahora, en la monitorización de los océanos, los científicos de la expedición 2010 emplearán dos armas fundamentales: la roseta oceanográfica, dotada de 24 botellas (dos se sustituirán por redes para recoger también plancton) para tomar muestras y que se dará al agua tres veces en las ocho horas en que estén detenidos en cada estación (una parada al día). Y las boyas: dejarán 40, que se quedarán en los mares varios años, flotando y sumergiéndose hasta 2.000 metros gracias a una vejiga natatoria, como parte de una red mundial para recabar datos vía satélite del estado de las aguas.

"Malaspina regresó con dudas y certezas", escribe el geógrafo e historiador Juan Pimentel, también adscrito al CSIC, en su libro Viajeros científicos. "Es la forma razonable de regresar siempre. Los grandes viajes, las grandes investigaciones, producen una extraña melancolía, efecto seguramente de la distancia entre lo conocido y lo que todavía permanece del otro lado, del contraste ente las ideas felices y la impenetrabilidad de la realidad".

A su regreso, Malaspina era respetado; su popularidad y prestigio se propagaron rápidamente. Pero...

Quizá él se creció. Mientras trabajaba en la publicación de los resultados de la expedición, parece ser que propuso reajustes en el Gobierno. Godoy recelaba de él, así que convenció a Carlos IV de que el marino alentaba ideas demasiado progresistas y liberales, de que era un peligro. Y así, como pasa tantas veces en la historia, quien gana no es quien más sabe, sino quien mejor intriga. Sin pruebas ni juicio, Godoy convenció al rey de que Malaspina era un conspirador y empleaba "un lenguaje sedicioso, adicto a las máximas de la revolución y la anarquía". Como recuerda Pimentel, "el lenguaje de los derechos del hombre fue interpretado en España durante mucho tiempo como un sinónimo del libertinaje, de lo extranjero, del caos. España no era todavía un país de ciudadanos".

Malaspina fue encarcelado en el castillo coruñés de San Antón. Le quitaron todos sus grados, empleos y propiedades. Se prohibió la publicación de sus diarios. Su nombre y obra debían ser proscritos, olvidados. Tras siete años de cautiverio, fue liberado y exiliado a Italia; allí murió en 1810. Doscientos años después, parte Malaspina 2010. Cuatrocientos hombres y mujeres se echan -se dan- al mar con el espíritu riguroso, aventurero, enérgico y optimista de aquel navegante.

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