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Columna
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Otro Obama, por favor

Lluís Bassets

Obama se sumerge estos días por segunda vez como presidente en la enorme feria de vanidades políticas en que se convierte Nueva York cada año en el tránsito del verano al otoño. La ciudad de Woody Allen se llena de gobernantes y políticos de todo el mundo, incluidos enemigos declarados de Washington, como el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, convocados por la Asamblea General de Naciones Unidas, que celebra su sesión plenaria anual. La ocasión suscita un número infinito de iniciativas, conferencias de prensa y encuentros paralelos, en los que confluyen las agendas de los poderosos de este mundo y movilizan a millares de diplomáticos y periodistas. Pocas cosas suceden en el mundo de la diplomacia y la política mundiales durante estas jornadas que no sean las que se celebran en la que es más que nunca la capital del mundo globalizado.

No hay avance alguno en las simultáneas que este maestro de ajedrez juega en el tablero del mundo
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Hace un año el presidente de los Estados Unidos anunció ante los delegados de la ONU una nueva era de compromiso con el mundo y de cooperación internacional. Fue la ruptura formal con la etapa de Bush, un presidente que amenazó a NN UU con la irrelevancia si no secundaba su guerra preventiva y situó a un radical como John Bolton de embajador con el objetivo de boicotear la modernización de la institución que proponía Kofi Annan. Los embajadores de EE UU en la organización multilateral parecen afectados por una cierta tendencia a la hipérbole. Bolton declaró que no le importaría que el edificio de Manhattan perdiera diez pisos. Pero la actual, Susan Rice, ha dicho en vísperas de esta reunión que "se ha terminado el innecesario aislamiento de EE UU".

El balance internacional entre ambas asambleas es más propio de una era de mediocridad que de la cooperación que Obama deseaba hace un año. Lo demuestran el fracaso de la cumbre del Clima en diciembre de 2009 en Copenhague, los desacuerdos sobre cómo salir de la crisis en el G-20 en Toronto, la negociación por separado con Irán de dos miembros del Consejo de Seguridad como Brasil y Turquía o la lenta y dificultosa marcha de las negociaciones de paz en Oriente Próximo. Henry Kissinger describió los primeros pasos de Obama como la partida de simultáneas de un gran maestro de ajedrez. La metáfora era atractiva para aquel arranque brillante, pero ahora es deprimente ante las tablas perpetuas y la falta de victorias nítidas, por no contar las partidas de pésima resolución como la guerra de Afganistán.

Obama ha querido liderar el mundo de forma distinta, con escasa exhibición del poder militar, más diplomacia y más multilateralismo, pero el mundo no parece acomodarse. Como ya adelantaron sus enemigos en la campaña presidencial, tomando causa por efecto, la política exterior de EE UU se está convirtiendo en la de un líder en declive, que se conforma ante un enorme desplazamiento de poder a nivel mundial hacia el sur y hacia Asia. Hasta hace un año era posible atribuir a Bush el origen de la decadencia: nadie hizo más para desprestigiar y debilitar la posición de EE UU en el mundo. Ahora, aunque nada haya variado en las causas de estos efectos, Bush queda demasiado lejos para seguir atribuyéndole los defectos del actual liderazgo.

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El presidente que hoy hablará ante la Asamblea de la ONU llega en el peor momento de su mandato. De esta misma semana es la interpelación en una reunión con ciudadanos de una señora afroamericana, que se identificó como clase media, y le manifestó: "Estoy cansada de defenderle a usted y a su Administración y muy enfadada con el punto a donde hemos llegado". Los efectos de la crisis sobre el mercado laboral son enormemente corrosivos para el presidente, que se enfrenta dentro de poco con unas elecciones legislativas en las que probablemente perderá toda libertad de movimientos y que incluso pueden conducir a la paralización de la Administración. Es lo que se han propuesto los republicanos, que quieren repetir la maniobra del Nuevo Contrato para América de 1994, que dejó a Bill Clinton sin márgenes.

El magnetismo del terremoto electoral que se prepara está induciendo numerosos cambios, que afectan incluso a la Casa Blanca. Cambia el equipo económico, puede cambiar el de seguridad y también se va el jefe de Gabinete. De las legislativas no saldrán únicamente dos cámaras modificadas, sino un nuevo rumbo presidencial. Obama II puede que no tenga margen alguno para la política doméstica y se vea abocado a la internacional, donde ya se han visto las dificultades que enfrenta. Obama I, el primer afroamericano que llega a la Casa Blanca, ya es un hito histórico, por más que la extrema derecha intente derribarlo con munición racista y xenófoba. Pero el Obama definitivo será el que empiece de nuevo en noviembre e intente repetir su victoria presidencial en 2012. A partir de entonces habrá que ver si Obama I será además el zócalo sobre el que se alzará un Obama II realmente transformador o sólo quedará al final un nuevo sueño desvanecido.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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