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Columna
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Un retorno disfrazado de cambio

Enric Company

Alguna explicación mercadotécnica habrá para que CiU se haya lanzado a la campaña electoral con el lema del cambio por delante. Cambio. En pura lógica, sin embargo, un eventual Gobierno catalán presidido a partir de 2011 por Artur Mas, el último conseller en cap en la etapa de Jordi Pujol, en 2003, hace solo siete años, no sería principalmente un cambio, sino más bien un retorno. Y no solo un regreso a palacio del personal político que lo señoreó durante décadas hasta considerarlo su casa, Marta Ferrussola dixit, sino también el retorno estrictamente continuista de una fórmula harto conocida y de un programa en el que si hay variaciones serán para acentuar el neoliberalismo del que hace gala el candidato.

El concierto económico es la nueva zanahoria tras la que Artur Mas propone que ahora corra Cataluña

Quizá la idea de cambio tendría sentido en boca de CiU si ofreciera ahora algo distinto a lo que el centroderecha nacionalista aplicó durante sus 23 años de gobierno en la Generalitat. Pero no es el caso. En cuanto a la fórmula de gobierno, aspira a repetir, según lo expresado hasta ahora, alguna de las dos que practicó en el pasado. Es decir, o esa improbable mayoría absoluta parlamentaria que constituye el sueño dorado de cualquier partido, pero que resulta tan difícil de conseguir, o ese Gobierno en minoría con la estabilidad garantizada por el intercambio en el Parlament y las Cortes de apoyos mutuos entre CiU y el Gobierno de turno en La Moncloa, sea socialista o conservador. La fórmula de la que tanto rendimiento extrajo Pujol en los tiempos de Felipe González y José María Aznar.

El programa sería probablemente distinto al déjà vu que se ofrece si CiU apuntara por lo menos indicios de que el flirteo con el independentismo ha sido algo más que una licencia táctica para desestabilizar a Esquerra Republicana. Si el flirteo hubiera prosperado, entonces sí, entonces habría cambio de programa. Pero CiU no es como ERC. Sabe distinguir entre lo que puede permitirse cuando está en la oposición y lo que el electorado de centroderecha espera de ella como fuerza de gobierno. Los guiños independentistas le han servido para conseguir un objetivo táctico correspondiente a su etapa de oposición: caldear la atmósfera para que las sucesivas escisiones de ERC trocearan el espacio electoral que Josep Lluís Carod y Aznar galvanizaron cada uno a su manera en 2003. Ha bastado que se oliera el ambiente electoral para que Artur Mas metiera rápidamente en el armario la reclamación de la independencia y la sustituyera por la de un concierto económico para Cataluña, a la manera de Navarra y Euskadi. El concierto económico es la nueva zanahoria tras la que Mas propone que corra Cataluña.

Si alguna posibilidad hay de que CiU aporte algo que no sea mero continuismo procede, justamente, de que las matemáticas poselectorales se lo impidan. Un cierto cambio respecto al paradigma del nacionalismo pujolista se produciría si Artur Mas se viera obligado a formar un Gobierno de CiU con el PP y a nombrar consellera en cap o vicepresidenta a Alicia Sánchez-Camacho. O, quién sabe, a Celestino Corbacho si la estabilidad parlamentaria dependiera de un acuerdo con los socialistas, visto que tal eventualidad no provoca al todavía ministro de Trabajo el taxativo rechazo tantas veces proclamado por el presidente José Montilla.

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