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LA CRÓNICA
Columna
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La calle de los folletines

Hace un par de semanas, dando un paseo, fui a cruzar por la calle de Estruch hacia la plaza de Catalunya, cuando me topé de frente con unas personas que, en pleno atardecer, escuchaban muy serias a un chico joven, de agradable voz, que les narraba los misterios del lugar. En un descuido, me añadí al grupo. Sí, efectivamente, las placas con el número de cada inmueble contienen elementos masónicos y en el número 14 hay esgrafiados de dragones y esqueletos. Su mismo nombre ya es todo un enigma. Según el nomenclátor, Astruc Secanera era un rico astrólogo judío que vivía aquí en el siglo XV y al que el parapsicólogo televisivo Ricard Bru dedicó dos grandes murales cerámicos -situados a ambos extremos de la vía- en cuyos puntos cardinales pueden leerse las palabras cabalísticas Tetragrámmaton, Emmanuel, Jehová y Jelah. Otro vecino famoso fue el astrólogo del siglo XVI Granollacs, a quien se denominaba astruc, que en catalán significa mago. Pero astruc también es un sinónimo de afortunado (malastruc equivaldría a desgraciado). Asimismo, astruc también es una hierba común entre herboristas y curanderas, conocida como matapoll o adelfilla. Por no hablar del conde vampiro del mismo nombre, surgido de la imaginación de Joan Perucho.

Un vecino famoso fue el astrólogo Granollacs, a quien llamaban 'astruc', que en catalán significa mago

Nombres aparte, la estrella del lugar es un antiguo remedio, cuyo recuerdo perpetúa otra placa en el número 22, donde puede leerse que allí se vendía la pedra escurçonera. Esta preciada panacea de la medicina tradicional era un hueso de la cabeza de las víboras capaz, por simple contacto, de curar las picaduras de serpiente y las mordeduras de animales rabiosos. Curiosamente, el primero en estudiar científicamente dicho antídoto fue un médico de Olot llamado -¡cómo no!- Pau Estruch, a mediados del siglo XIX. Cuenta Joan Amades que tanta fama llegó a alcanzar la calle con tan extraño objeto, que un payés de la zona aceptaba apuestas para dejarse morder por una víbora y curarse con la piedra. Con tal cúmulo de líneas melódicas, no hay guía sobrenatural de Barcelona que no hable de este callejón -antaño sin salida-, que nació entre la muralla y la calle Comtal.

Sin embargo, para nuestros abuelos esta callecita fue más conocida por sus tremebundos crímenes de folletín que por sortilegios o encantamientos. Así, en 1877 la ciudad se estremecía con Ramon Cros, que había asesinado en la cama a un matrimonio de pequeños burgueses con el fin de robarles. En 1894 un emigrante aragonés rechazado en amores por una criada la esperó en un portal y la acuchilló en la nuca. La muchacha entró en una finca y comenzó a subir las escaleras, pero él le disparó dos tiros que la hirieron levemente. Con la chica a salvo, el asesino se clavó una navaja en el pecho. Aunque el momento de máxima expectación llegaría en 1909, cuando Barcelona contuvo el aliento ante un macabro hallazgo en el número 30. Lluís Pignillelu, alias El Cigarrito, había matado a los Altadir -sus caseros- y a su hija de cuatro meses, a los que cortó la cabeza con un hacha. Pignillelu siguió viviendo allí, hasta que los vecinos avisaron a la policía del nauseabundo hedor que desprendía la casa. Poco antes de que llegasen los agentes, el asesino se suicidó de un hachazo en la cabeza.

Literatura de cordel, vecindario peculiar, farmacopea hermética, mucha imaginación y grandes dosis de rumorología. Quizá, la próxima vez que pase por aquí, el chico de la voz agradable, en vez de hablar de magos y astrólogos lo hará de asesinos perturbados. Y el mismo grupo, con la cara muy seria, asentirá con la cabeza. El misterio es lo que tiene.

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