Una novela para la era Obama
Nueve años después de 'Las correcciones', Jonathan Franzen revoluciona la ficción de EE UU con 'Freedom' - Está considerado el mejor autor norteamericano del siglo XXI
Hace unas semanas la revista Time le dedicó la portada. Camisa negra, barba de dos días, pelo ondulado entreverado de las primeras canas, gafas negras de montura discretamente elegante, tras cuyos cristales se percibe la mirada atenta de unos ojos claros, la mirada de alguien que ha radiografiado su país de manera incisiva e inmisericorde, sin dejar nada sin registrar. Nombre: Jonathan Franzen. De 51 años, aunque aparenta muchos menos. Con escueta contundencia, un titular enuncia la razón por la que, tras 10 años sin hacerlo, la prestigiosa revista le dedique su cotizadísima portada a un escritor. (Entre los pocos que lo lograron en los 87 años de historia de la publicación figuran James Joyce y John Updike, con dos apariciones por cabeza, Toni Morrison, Vladímir Nabokov, J. D. Salinger y Tom Wolfe).
Al escritor, de 51 años, no le interesan las ventas, tampoco la fama
En su opinión, hay que volver al modelo clásico, en concreto a Tolstói
Es la mejor obra sobre la América herida por los atentados del 11-S
La sombra del presidente de EE UU se proyecta en las páginas finales
¿La explicación? Freedom (Libertad), título de la cuarta novela de Jonathan Franzen, es una obra maestra en cuyas páginas se resume la angustia de la situación por la que atraviesa en la actualidad el país, y en un contexto más general, el ciudadano de hoy. Tras décadas de búsqueda obsesiva, por fin alguien era acreedor al título de Gran novelista americano (palabras exactas del titular de Time), alguien capaz de explicar, por medio de una obra de ficción, la raíz del malestar que aqueja a la sociedad más poderosa de la Tierra. Franzen traza un retrato certero de la psicología de sus conciudadanos, calibrando las consecuencias que las acciones de la élite política y económica estadounidense tienen sobre el resto del planeta. Freedom, conforme al veredicto extrañamente unánime de los críticos, es la primera "gran novela americana" del siglo XXI. En este sentido es adecuado hablar de obsesión: en Estados Unidos, cuya literatura es una de las más vitales de nuestro tiempo, se cree firmemente en el poder de la novela como modo de sopesar el estado de la nación. Menos de una semana después de la publicación de Freedom, los críticos más exigentes del país le han otorgado a Franzen el derecho a pertenecer a un exclusivo club del que forman parte Herman Melville, Mark Twain, William Faulkner, Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Norman Mailer, Don DeLillo o Philip Roth.
Antes de que se publicara el libro ya se habían generado grandes expectativas en torno a él. La noticia de que el presidente Obama, a la sazón de vacaciones en Cape Cod, le había pedido a su librero que le consiguiera por adelantado un ejemplar disparó todas las alarmas. ¿Qué hacía el presidente del país más poderoso de la Tierra dedicando el mínimo de 25 horas de lectura que exige la lectura de las 562 páginas que tiene el texto, compaginándola con la atención que exigen los conflictos de Afganistán u Oriente Medio, el vertido de petróleo en el golfo de México o la retirada definitiva de las tropas de su país de Irak?
La novela anterior de Franzen, Las correcciones, también tuvo un eco extraordinario, aunque no llegó a los niveles que ha alcanzado ya Freedom. Publicada en septiembre de 2001, unos días antes de la destrucción de las Torres Gemelas, la catástrofe no interfirió con la trayectoria pública de la novela, que llegó a vender cerca de tres millones de ejemplares en total.
Mayúscula paradoja: a Franzen no le interesan las ventas. Tampoco le interesa la fama. La anécdota es muy conocida: cuando, con motivo de la publicación de Las correcciones, Oprah Winfrey, presentadora de uno de los programas de televisión con mayor audiencia de Estados Unidos, lo llamó para decirle que la novela había sido elegida "libro del mes" de su popular club de lectura, Franzen rechazó la invitación a ser entrevistado en su programa. Los comerciales de la editorial se retorcieron de rabia: el novelista acababa de renunciar de un plumazo a vender el medio millón de ejemplares que supone aparecer en el programa de Oprah Winfrey. Nadie había hecho nunca nada semejante. Incluso Cormac McCarthy -posiblemente el escritor americano vivo más importante, y cuya aversión a la publicidad es solo comparable a la de los legendarios J. D. Salinger y Thomas Pynchon- aceptó la invitación de Winfrey unos años más tarde.
En realidad, Franzen es mucho más accesible que McCarthy: concede entrevistas y se somete con prudencia a las exigencias de sus editores. Lo más llamativo de su caso es la idea que tiene de lo que debe ser una novela. En su opinión, hay que volver al modelo clásico, en concreto a Tolstói. Su mejor amigo, David Foster Wallace, con quien mantenía una sana rivalidad, tenía una idea completamente distinta: la obligación del novelista es experimentar. En 1996, Wallace publicó La broma infinita, un texto de 1.000 páginas que revolucionó el panorama literario internacional. Franzen optó por la vía opuesta. Apartándose del experimentalismo de sus primeras novelas, La ciudad 27 (1988) y Movimiento Fuerte (1992), centró sus esfuerzos en la recuperación de un modo de narrar equivalente al que practicaban los grandes autores del siglo XIX. Según él, la novela contemporánea había empezado a errar el camino. El resultado fue Las correcciones, con la que obtuvo el Premio Nacional del Libro norteamericano en 2001. En 2006, Foster Wallace se suicidó, dejando a Franzen, según dijo, con la extraña sensación de que tenía que seguir jugando al tenis (la gran pasión de Wallace junto a la literatura) sin contrincante. Se volcó con furia en la redacción de Freedom.
El título indica una intención irónica. Se trata de destripar la ecuación Democracia america-na = Libertad. Tras la actuación de los distintos presidentes estadounidenses hasta llegar a Obama, cuya sombra se proyecta sobre las páginas finales del libro, la ecuación es más que cuestionable. Según una proclama que repite a grandes voces el protagonista, Walter Berglund, la sociedad americana es más bien "el cáncer del planeta". El autor imprime la consigna con mayúsculas. Pero el libro es mucho más: una saga, sí, tolstoiana, que abarca varias generaciones de una familia, y una indagación como no se ha hecho quizá nunca antes de los mecanismos que mueven a los individuos a entregarse a las pulsiones más profundas del deseo. La radiografía de las costumbres sexuales de los americanos es violentamente conmovedora. Sobre todo, Franzen ha logrado (ese era su plan) algo que no ocurría desde los tiempos de Dickens o Balzac: conectar con el gran público para abordar temas eternos en profundidad: quiénes somos, cuál es la estructura de nuestros sentimientos más ocultos e inconfesables, cómo la libertad, el más alto ideal posible, es un concepto tan real como amenazado, y cómo la vulneran incesantemente Gobiernos e individuos, pese a lo cual, siempre queda un residuo de esperanza. Franzen ha escrito la mejor novela sobre la América herida por los atentados del 11 de septiembre. La vulnerable libertad que evoca el título la convierte en la novela que mejor expresa la era inaugurada por Obama.
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