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MANERAS DE VIVIR
Columna
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Contra 'Sexo en Nueva York' y otras tontunas

Rosa Montero

Despotricar contra la globalización siempre me ha parecido un topicazo bastante absurdo. En primer lugar, el mundo ha estado globalizado desde hace siglos. Las viejas rutas comerciales, las legendarias caravanas de especias y sedas o ese Marco Polo que supuestamente introdujo la pasta china en la tradición gastronómica de Italia son antiguos ejemplos de dicha globalidad. Además, me encanta que el mundo sea cada vez más pequeño; que conozcamos las características de las culturas más remotas, o que al menos tengamos conciencia de que existen. Y que seamos capaces de relacionarnos de algún modo.

Ahora bien, es cierto que frente a ese poderoso impulso de apertura e intercambio se levanta la estrecha rutina mental y comercial de los intermediarios. Es mucho más fácil y más lucrativo crear un producto anodino e inundar el planeta con la misma bazofia. Hace algunos años, no tantos, quizá veinte, me encantaba mirar los anuncios de televisión de los países a los que viajaba; cuanto más distinto el país, más interesante el ejercicio. Ver cómo era la publicidad en Uzbekistán, en Filipinas, en Argelia, permitía intuir muchas cosas de esos lugares: la manera en que querían contemplarse a sí mismos, sus aspiraciones. Hoy, en cambio, impera el cable por doquier y hasta los anuncios parecen haberse vuelto clónicos. Es una pena.

"¿No hay en España espectadores curiosos como para disfrutar de la diversidad del mundo?"

Pero es en el territorio artístico y cultural en donde pagamos el precio más elevado. Acabo de participar como jurado en el Festival Iberoamericano de Cine de Lima, y me he quedado pasmada del espléndido nivel de las películas. En la competencia oficial se vieron veinte, la mitad de ellas óperas primas, todas provenientes de Latinoamérica, y debo confesar que no me esperaba su originalidad y su calidad. Pero, cómo, ¿se está haciendo por el mundo un cine en español tan bueno y tan moderno y no lo conocemos? Y es que no lo vemos, es que no se distribuye, no se estrena, no se exhibe, y no digo ya en España, a donde estas películas raramente llegan, sino tampoco en los demás países latinoamericanos. Es decir, las obras colombianas no se ven en México, las mexicanas no se ven en Argentina, nuestros países son islas culturales que flotan de espaldas las unas a las otras. En cambio, en todos los rincones del planeta se estrena inmediatamente la suprema necedad de Sexo en Nueva York 2, pongo por caso, y no sólo se estrena, sino que se mantiene en exhibición durante un tiempo demoledor y aniquilante.

Qué variado es el mundo, qué distinta la gente, cuántas personas llenas de creatividad y de talento tienen cosas que contar interesantes. Y de hecho las cuentan, en el caso del cine heroicamente, porque para hacer una película en un país de economía precaria hace falta ser muy obstinado y resistente. Pero luego todo ese esfuerzo y esa entrega colosal desaparece en el limbo de las películas que jamás nadie ve. Entre mis compañeros de jurado estaban tres grandes directoras de cine, la peruana Claudia Llosa, autora de La teta asustada (en la imagen, un fotograma de esta película), que por fortuna consiguió el premio de Berlín y con él la visibilidad; la argentina Lucrecia Martel (magnífica su película La ciénaga) y la mexicana María Novaro, autora de la inolvidable y bellísima Danzón. Pues bien, María acaba de estrenar en su país su última película, Las buenas hierbas, y es probable que, por desgracia, no la veamos en España. Claro que tampoco la verán muchos mexicanos: "Supongo que durará un par de semanas en exhibición… Las películas nacionales sólo duran eso… Ya ves, con todo el trabajo que te lleva un filme…" , explicaba María.

No quiero resignarme. Me niego a que las cansinas redes de distribución y exhibición me machaquen las entendederas con subproductos como Sexo en Nueva York. Y me revienta que los espectadores nos hayamos adocenado de tal modo que solamente seamos capaces de abandonar el sillón de la tele para consumir bodrios anglosajones megapublicitados. He visto cosas formidables en Lima: Hotel Atlántico, de la brasileña Susana Amaral; Rabia, del ecuatoriano Sebastián Cordero; Agua fría de mar, de la costarricense Paz Fábrega; Alamar, del mexicano Pedro González-Rubio; Octubre, de los peruanos Daniel y Diego Vega; Rompecabezas, de la argentina Natalia Smirnoff; Paraíso, del también peruano Héctor Gálvez… y aún podría citar unos cuantos títulos más. ¿No habrá por ahí un exhibidor lo suficientemente valiente para traer esas películas? ¿Y no habrá en España espectadores lo suficientemente curiosos como para poder disfrutar de la diversidad del mundo? 

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