Solo faltó la tarta
La corrida goyesca, como tal, es lo de menos. Lo importante es el marco, el color, el gentío, la feria, la escenografía... Desde el año 1954, en que fue creada por Cayetano Ordóñez, la goyesca ha ido degenerando, degenerando, al igual que aquel picador de Belmonte, quien, del mismo modo, según palabras atribuidas al maestro, llegó a ser gobernador civil. Hoy, todo se reduce a una pasarela de famosos -pocos- y una muchedumbre que se apiña extasiada en la calle principal de este rincón cuajado de grietas y precipicios para contemplar a bellas rondeñas que viajan en refulgentes carruajes tirados por briosos y enjaezados corceles, o a caras conocidas que vuelan en tacones alpinos desde los que parecen levitar, y miran sin ver, con la preocupación, eso sí, de ser vistas y deseadas. Pero así es Ronda.
Zalduendo / Ponce, Paquirri, Castella
Toros de Zalduendo, muy mansos y descastados; noble el quinto.
Enrique Ponce: media baja y dos descabellos (ovación); media ladeada, dos descabellos -aviso- (oreja).
Francisco Rivera Ordóñez Paquirri: estocada baja (oreja); estocada baja (dos orejas).
Sebastián Castella: media estocada trasera y un descabello (silencio); estocada caída y cuatro descabellos (ovación)
Plaza de la Maestranza de Ronda, 4 de septiembre.
Corrida goyesca. Lleno.
Destacó el quinto, que embistió con codicia y nobleza a la muleta de Rivera
Dentro de la plaza, el aroma es diferente. Cinco mil personas caben en este edificio monumental que está de fiesta porque cumple 225 años de vida. Ciertamente, su arquitectura es deslumbrante. Más que un coso taurino, parece el claustro de un monasterio; de un templo, tal vez... Uno de los grandes templos del toreo. Subyuga imaginar que fue inaugurado por Pedro Romero y Pepe Hillo allá por 1785; que en este ruedo se hizo torero uno de los más grandes, Antonio Ordóñez, de la mano de su padre, Cayetano; y que por su arena han pasado las figuras de todas las épocas. Aquí se palpa la gloriosa historia del toreo.
También está de celebración Enrique Ponce, que acaba de lidiar esta tarde la corrida número 2.000 de su ya larga carrera. ¡Enhorabuena, torero! Y para tan especial ocasión se ha enfundado un traje goyesco firmado por Lorenzo Caprile, confeccionado en raso de seda y algodón color tabaco, con vueltas y forro de shantung de seda natural color grana. La chaquetilla y la taleguilla, adornadas con bordados realizados en cordón, pasamanerías, canutillo, lentejuelas, caireles y borlas, en tonos marrones, ocres, dorados y negros; la camisa es de batista de algodón con chorreras y puños de encaje antiguo; y el chaleco, de paño color ocre, con bordados en hilo realzados con canutillo color oro. (Los datos técnicos los ha facilitado su oficina de prensa). Vamos, que Ponce iba de durse, más dispuesto para un desfile de modelos que para torear. De hecho, se manchó el vestido, pero su toreo careció de alma.
Solo faltó la tarta y el cumpleaños feliz. La ocasión, por histórica y sentimental, lo merecía. Pero la quincuagésima cuarta corrida goyesca, degenerando, degenerando, como aquel picador de Belmonte, solo es hoy un acto social con el aditamento de seis toretes descastados, incapaces de levantar la más leve emoción en tarde tan histórica y en marco tan singular.
De entre todos, destacó el quinto, que embistió con codicia y nobleza a la muleta de Rivera, vestido elegantemente con un traje con bordados inspirados en un manto de la Virgen Esperanza de Triana. El sexto no sintió la puya del piquero y permitió muletazos lucidos de un afanoso Castella.
Babelia
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