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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
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'Mens sana in córpore Susana'

Hay quien dice que una playa llena de gente en verano es un espectáculo hortera sin remedio, pero a mí me gusta verlo desde la barrera, ahora mismo desde la barandilla, contemplar ese desmadejamiento de cuerpos untados en aceites, esa pereza de los músculos y de la grasa, ese extenderse y desentenderse. Será que soy mayor.

Eso, que soy mayor, y que siento un gran respeto por el cuerpo. Cuando era chica, los curas y las monjas decían que el cuerpo es templo del Espíritu Santo, y supongo que ahora deben de seguir contando más o menos lo mismo, y dueños son de creer lo que quieran. A mí me gusta el cuerpo humano porque es templo de sí mismo o, si se prefiere, porque contiene la aventura del vivir mucho más probadamente que cualquiera de nuestros logros externos. Y lo muestra. El deterioro es nuestra fe de vida.

"A mí me gusta el cuerpo humano porque contiene la aventura de vivir"

Ahora, cuando toca escribir este artículo, me encuentro en Gijón, sitiada felizmente en tan hermosa ciudad por las protestas de los controladores aéreos y mi propia pereza a sufrir el caos de los aeropuertos solo para regresar al calor tirando a insoportable de mi Barcelona. Nada sienta peor a una dama en mis condiciones que hacer cola y sofocarse para subir a un avión que le da pánico, instrumento volador que, con suerte, la trasladará a un clima sofocante.

Me he quedado en Gijón a contemplar el cielo por la mañana: abrirá o no abrirá. La noche ha sido calma, sin necesidad de refrigeración, y ya sé qué haré a mediodía. Saldré a la playa de San Lorenzo, que tengo a pocos metros del hotel, me acodaré en la barandilla y contemplaré cómo se desestresan los cuerpos, mientras rumio si mi temperatura interior mediterránea me permite azotarme en el Cantábrico, por quietecito que se halle ahora, tan frío y tan viril, que dicen. Yo soy de mare nostrum y mare-madre.

Miro, admiro los cuerpos, más mujeres que hombres, tendidos en sus amplias toallas, sin aglomeraciones por aquí, un número de seres por metro cuadrado muy soportable. También me gusta ver a chicas y críos, con sus madres o con amigas, entre las rocas musgosas cercanas al Real Club de Regatas, pasada la iglesia de San Pedro. Cuerpos pequeños que se van haciendo fuertes, que arriesgan a cada brazada un poco más.

En Barcelona suelo ir a un gimnasio solo para mujeres, lo cual resulta muy cómodo, vosotras me comprenderéis. Las viejas y las jóvenes no acostumbramos a coincidir en las piscinas de trabajo ni en la sección de fitness, nos separa la selección natural de nuestras edades. No obstante, en el vestuario o en la piscina abierta y su solario coincidimos algunas muchachas estupendas y otras que lejanamente lo fuimos, o que alcanzamos la estupendez breve y simpáticamente.

Allí también, como en esta playa de Gijón a la que me asomo, me gusta contemplar los cuerpos, sean jóvenes y ascendentes, o sean como el mío, cuerpos en cuesta abajo y más abajo aún de la cuesta. Hay algo definitivamente conmovedor en la insolencia con que los jóvenes perciben su cuerpo. Un torso esbelto, abdominales, músculos. Unos pechos pequeños que apuntan con perfecta asimetría a dos manchas opuestas del horizonte, la armoniosa asociación de un muslo con su cadera y la resolución en suavidad de un pequeño vientre apretado.

En esas ondulaciones juveniles, y en las abruptas sendas de los cuerpos mayores, yo veo mamas, esófago, estómago, bazo, intestinos, hígado, fémur, tibia… Veo un mecanismo que avanza hacia su perfecta realización y que, una vez alcanzada la gloria de la plenitud, se concentra para seguir avanzando y, en cada repecho hacia el abismo -esa es su máxima victoria-, reúne los progresivamente menos hábiles restos del ayer para continuar proyectando su presencia en este mundo.

No rompe el día hoy, será otra de esas magníficas jornadas algo grises, algo ventosas, en las que uno puede sentarse detrás de una cristalera y leer, mientras observa al otro lado la playa, la marea, y los cuerpos de los valientes que piensan que son suyos la eternidad y un día.

Nada es hortera en los cuerpos pocos vestidos o desnudos con resolución. La lucha del cuerpo, sus derrotas, me merecen un gran respeto. Será porque soy mayor.

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