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ÍDOLOS DE LA CUEVA
Columna
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Todos en estro

Manuel Rodríguez Rivero

Afortunadamente, o así me lo parece todavía, los seres humanos somos los únicos mamíferos cuya época de celo y ardor sexual -el estro, en la terminología de los zoólogos- se prolonga sin pausas estacionales a lo largo de buena parte de su vida. Esa es la teoría, claro. En la práctica se diría que nuestro estro despierta en verano o, mejor aún, en el periodo en que la gente suele tomarse las vacaciones más prolongadas del año. Así, al menos, lo da a entender la proliferación de anuncios con que los medios -y, de modo más llamativo, las televisiones- se apuntan a esa peculiar y -ahora sí- pasajera celebración colectiva de Ishtar, la vieja -pero siempre estimulada- diosa babilónica del amor sexual.

El pico vindicativo y espontáneo de Casillas y Carbonero podría ser el símbolo de esa felicidad sensual y epidérmica que propicia el verano

La industria del amor se pone las pilas en verano con una panoplia de ofertas especialmente dirigidas a los que ya dejaron atrás las calenturas de la adolescencia, y a quienes la rutina (laboral, matrimonial, vital) y el tedio han ido apartando de lo que Schopenhauer consideraba "la más nítida afirmación de la voluntad de vivir". Los todavía jóvenes y más sujetos a ardores volcánicos e incontenibles no precisan más ayuda que tomar las consabidas precauciones, antes de aventurarse en "la meta y el propósito de toda existencia", según el pensador de Danzig. Estos días he contabilizado en la tele abundantes reclamos de condones, geles estimuladores o potenciadores del orgasmo, cremas vaginales, vaselinas y lubricantes para aliviar las sequedades consiguientes a la edad o la falta de uso, imaginativos "juguetes" para llegar fácilmente adonde la naturaleza y el tiempo ya no lo permiten, además de anuncios de instituciones que afirman solucionar en poco tiempo los desajustes e inconvenientes derivados de la anorgasmia o la disfunción eréctil. Un concienzudo trabajo de campo realizado con timidez en dos o tres farmacias del barrio (de chico había cumplido el rito de paso que suponía acercarse al mostrador y pedir preservativos) me confirma que ha aumentado exponencialmente la venta de compuestos de sildenafilo y taladafilo, esas pócimas contra la erección decadente que siguen engordando la cuenta de resultados de Pfizer y Lilly (números 2 y 10 en el ranking de las Big Pharma) y provocando (como efecto secundario) "enrojecimiento facial" en sus usuarios.

Por tanto, en verano todos en estro. El pico vindicativo y espontáneo que se marcaron el señor Casillas y la señora Carbonero, y que los medios del planeta han reproducido casi tanto como la feliz "patada" (Miguel Ángel Aguilar) del señor Iniesta, podría ser el símbolo de esa felicidad epidérmica y sensual que propicia el verano y en la que (casi) todo el mundo parece azacanarse. Tanto los rodríguez (hoy de ambos sexos) temporalmente liberados de los férreos lazos de la convivencia, como las parejas ocasionales o de toda la vida (¿cuánto tiempo hace que no seduces a tu cónyuge?, nos preguntaba Rosa Montero desde su columna) parecen lanzados a los deliquios del sexo, desoyendo la advertencia del puritano Schopenhauer: "Inmediatamente después del coito se escucha la carcajada del diablo".

Esa carcajada es, seguramente, la que no desea oír el anónimo autor del mejor y más literario (parece un microrrelato de Monterroso) anuncio de contactos que he leído nunca. Lo he encontrado en la sección de "clasificados" de la muy erudita -y moderadamente izquierdista- London Review of Books, y es un ejemplo perfecto de que, a la hora de buscar pareja, vale casi todo. No me resisto a transcribírselo: "Una vez conocí a través de esta sección a una mujer que tenía los fríos ojos sin vida de un escualo. Si no eres ella, escríbeme". Que Ishtar reparta suerte.

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