A disfrutar
La mejor selección española de la historia se reta con Holanda desde la naturalidad y el virtuosismo - Con el molde de España la final no tiene por qué ser un camino sin retorno
Noventa años de espera bien merecen una traca final. Ha llegado el día más importante en la historia del fútbol español, una fecha soñada en nueve décadas de frustraciones y desvelos. En realidad, desde que Zamora, Samitier, Belauste, Pichichi, Patricio y otros cuantos superaran a Dinamarca en el primer partido oficial de la selección, en los Juegos de Amberes, el 28 de agosto de 1920, ante Dinamarca. España por fin sonríe como nunca con una selección que ya está en la cima, a un centímetro de la gesta más deseada. Ello ya es motivo de felicitación. Toca disfrutar, el resto es un juego y sus avatares.
Hay un equipo español que está como nunca y donde nunca, en el centro del universo. El mundo conocerá a un campeón inédito, al primer entronizado en África, a la primera selección europea que vence fuera de su continente y, quizá, a la tercera de la historia que logra imponerse consecutivamente en una Eurocopa y un Mundial -Alemania hizo doblete, en 1972 y 1974, y Francia en 1998 y 2000-. Datos que subrayan la magnitud del reto al que se mide España ante Holanda.
El equipo de Del Bosque está más cuajado aún que el de la Eurocopa 2008
En este tránsito definitivo en Sudáfrica, iniciado hace dos años en Viena, la selección española ha logrado varias conquistas antes de hacer una posible cumbre. España es optimista, tiene más gancho que nunca entre una afición que jamás estuvo tan cohesionada, social y deportivamente, y despierta la admiración planetaria. Aún no llega a la mitología de Brasil, pero como Holanda desde hace casi 40 años, se ha ganado un hueco entre los hedonistas de este deporte. Por encima de los títulos, los tres, Brasil, Holanda y ahora España, están unánimemente reconocidos como los grandes hechiceros del fútbol. Al margen de individualismos, las selecciones más arrebatadoras. Otro motivo de orgullo para el seguidor español, como durante tantos años lo ha sido para el hincha holandés. En ese país hace tiempo que se creó una horma exitosa; España ya tiene la suya. La final de Johanesburgo no tiene por qué ser un camino sin retorno.
El grupo de Vicente del Bosque ha conseguido fortalecer un molde que debe perpetuarse más allá de un resultado final. Es su patente, con la que ha llegado a la cúspide. Y no es una aventura cualquiera. En las 18 ediciones mundialistas anteriores solo siete equipos han levantado el título: Uruguay, Italia, Brasil, Alemania, Inglaterra, Argentina y Francia. Solo otros cuatro países han alcanzado la final: Checoslovaquia, Hungría, Suecia y Holanda. Desde que por primera vez lo hiciera el conjunto holandés (1974), salvo Francia, que además hizo diana en 1998, no ha vuelto a existir un nuevo finalista. Sin un podio a la vista en 60 años, España ha encontrado consuelo en unos Juegos y dos Eurocopas. No es poco, pero en el fútbol solo el Mundial da la inmortalidad.
Esta España está mejor destilada todavía que la de Viena 2008. Es más multidisciplinar, defensivamente está mejor cuajada y, como se advirtió ante Alemania, mantiene el virtuosismo que la hace tan reconocible. En el perímetro de Iker Casillas también se distingue por su arte: solo ha encajado dos goles y de rebote, ha merecido tres tarjetas y ha cometido apenas seis faltas por encuentro. La retaguardia es la línea que jamás ha alterado Del Bosque. Villa, Iniesta y Puyol se han encargado de desabrochar los partidos en área rival. Algo gripado Fernando Torres por su reciente intervención quirúrgica en un menisco, el equipo ha suplido su rebaja goleadora con un extraordinario sostén defensivo. Y no solo por la pericia de sus especialistas en la cueva. Los auxilios titánicos de Sergio Busquets y Xabi Alonso han sido capitales. Con el dique a punto, Del Bosque ha movido el tablero para dinamizar el ataque. No solo por la convalecencia de Torres, sino por el toque coriáceo de contrarios como Suiza, Chile, Paraguay y Portugal. Navas, Llorente, Cesc y Pedro descodificaron el juego ofensivo cuando la situación lo requirió. Señal inequívoca del amplio catálogo de esta selección. Para el gran día, de nuevo sobre Torres cae la mayor sospecha respecto a la alineación. Del Bosque ha demostrado ser sabio e intuitivo, ha tejido cada equipo con precisión de cirujano. Su fútbol no requiere tratados matemáticos con soportes cibernéticos. Su red es natural: experiencia, sensibilidad y ojo clínico.
Holanda es un conjunto más predispuesto para lo grueso que para lo fino, con mucho mármol, nada que ver con su ADN. Débil en defensa, pero con dos hermanos Dalton -Van Bommel y De Jong- para el cruce de navajas. Ambos tienen el perímetro acotado, se deslizan más a lo ancho que a lo largo y rara vez se descuelgan en ataque o dan profundidad al balón. "El problema será llegar hasta su línea defensiva", comentaban estos días Xavi y Xabi Alonso junto al campo de entrenamiento de Potchefstroom. En ataque, Robben desequilibra, pero es un tiro al aire, Sneijder está iluminado, Kuyt es un incordio y Van Persie tiene chistera. Entre todos, con sus armas, llevan 25 partidos sin perder. Inquietante para cualquiera que comparta cartel.
Pero nada debe temer España. Nadie ha jugado mejor en este campeonato y en los tiempos pretéritos. Su comportamiento, dentro y fuera del campo, ha sido ejemplar. No es un grupo de mercenarios supeditados a la banca, no tiene hueco en ese fútbol mercantilizado, de caja inmobiliaria y fuegos artificiales veraniegos. Esta selección depende del juego, nada más. Es su sustento, sin grandilocuencias. No hay lugar para ese imperante vedettismo. Una muestra: "¡Capdevila es un monstruo, el mejor, el mejor...!", amplificaba estos días Xavi. El violinista más reconocido en homenaje al que quizá sea el menos carismático de los titulares. El yo al servicio de todos. De los que están e incluso de los que no han podido estar. Los mismos jugadores han propiciado que hoy acudan al Soccer City aquellos que compartieron el éxtasis de Viena y no fueron citados para Sudáfrica. El triunfo es una derivada colectiva del pasado, no es exclusivista, les publiciten o no con balones de oro. No necesitan otra maquinaria propagandística que la pelota. Por ello, de alguna forma, habrán ganado aunque pierdan esta final.
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