Cortejo en la Casa Blanca
Oriente Próximo necesita algo más que gestos de reconciliación entre Obama y Netanyahu
El presidente de Estados Unidos y el primer ministro israelí han escenificado un despliegue de encanto en la Casa Blanca para mostrar al mundo que sus relaciones han superado el socavón de marzo (después de que Israel anunciara la construcción de 1.600 nuevas viviendas en Jerusalén Oriental) y vuelven a ser una alianza "indestructible". Aparte de ese ejercicio simbólico, poco se sabe de un encuentro de 80 minutos cuyo colofón ha sido la esperanza mostrada por ambos dirigentes en que comiencen pronto, sin calendario ni pasos concretos, conversaciones directas de paz entre palestinos e israelíes.
Ese imprescindible cara a cara entre enemigos -sustituido por la ficción de conversaciones indirectas apadrinadas por el mediador George Mitchell- no se producirá, sin embargo, mientras Israel mantenga su intransigencia actual, que erosiona sin cesar su reputación internacional, y sin un decisivo empuje de Washington. Empuje tanto más improbable si acarrea un nuevo choque de Barack Obama con Benjamín Netanyahu cuando se acercan las elecciones al Congreso de noviembre y crece el sentimiento proisraelí entre legisladores y votantes. Una vez más, Netanyahu, que no ha mencionado en público la solución de un Estado para los palestinos, a la que se comprometió hace un año por presiones estadounidenses, intenta vender humo como grandes gestos conciliadores. En esta ocasión, sin ofrecer un solo elemento específico, ha sugerido tras su visita a la Casa Blanca próximas concesiones tan enigmáticas como significativas.
Para concretar su voluntad negociadora, el líder israelí podría comenzar por prolongar más allá de septiembre la moratoria de 10 meses en la construcción de nuevos asentamientos judíos en la Cisjordania ocupada. Queda muy lejos ya aquella llamada de Obama a la congelación total ("EE UU no reconoce la legitimidad de los asentamientos continuados") de la que luego dio marcha atrás. Esta misma semana, un grupo israelí de derechos humanos cuantificaba en más de 300.000 el número de sus compatriotas que viven en el 42% de Cisjordania donde los palestinos aspiran a tener Estado propio.
El gesto de paralizar los asentamientos tendría el valor añadido de certificar que un Netanyahu decidido, como afirma, a hacer la paz es capaz de imponer sus razonamientos a la frágil coalición nacionalista que preside, dominada por los partidos a favor de la colonización.
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