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Columna
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Si el camino es largo

Fernando Vallespín

"En fin, en fin, más corre el galgo que el mastín; pero si el camino es largo, más corre el mastín que el galgo". A esta sentencia popular podrían reducirse las esperanzas del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Resistir los embates de la crisis, no desfallecer, y esperar a que una nueva coyuntura permita acceder a otra perspectiva en la visión de la sociedad española.

Los casi dos años que nos quedan de legislatura son, en efecto, una eternidad en política. Más todavía si tenemos en cuenta la cantidad de contingencias que vienen concentrándose en estos tiempos de borrasca. Hace sólo unas pocas semanas, con motivo de la presentación de las medidas de ajuste, el destino de Zapatero parecía pender de un hilo. La soledad se mascaba en el Ejecutivo. Aislado de todos los demás grupos políticos, incomodado por la frustración de tener que hincar la rodilla ante los imperativos del sistema financiero internacional, Zapatero no pudo evitar un cierto aire de líder desconcertado, de personaje obligado a improvisar un papel que nunca pensó que tendría que representar. Encarnaba la viva imagen de la soledad del portero ante el penalti, por valernos de la imagen de Peter Handke.

El PSOE ve correr con desdén al galgo del PP, que puede quedar exhausto antes de llegar a la meta

Pero eso fue hace unas semanas. Hoy la cosa parece haber cambiado. No porque se le hayan unido otros grupos políticos en el debate sobre la reforma laboral. O porque haya escalado algunos puntos en las encuestas. El cambio es más psicológico que empírico.

Lo que ha contribuido a esta nueva inyección de moral ha sido, por un lado, el cierre de filas socialista en el homenaje a Pablo Iglesias, que aportó el calor de la inmersión en la propia tribu; y, por otro, los resultados del último Consejo Europeo, que puso fin a la presidencia española de la UE. Ahí se agrandó al fin la figura de Zapatero ante sus socios, se salvó una presidencia que estuvo vagando entre la indefinición y la irrelevancia y, sobre todo, salió a la luz una imagen distinta de la crisis española. Fue un acto de relegitimación de las medidas de ajuste adoptadas, que tuvo un efecto inmediato sobre el diferencial de la deuda española y, al menos por el momento, contribuyó a calmar a los mercados.

Por otra parte, todos los demás Gobiernos europeos han pasado por el aro de las duras medidas de ajuste, dotando así de verosimilitud a la justificación de las decisiones del español.

La consecuencia, lo vimos en el debate de convalidación del decreto de reforma laboral, ha sido un cambio de imagen y actitud del Grupo Socialista. Podrá estar igual de solo a efectos parlamentarios, pero ahora parece actuar creyendo en lo que hace. Ha comenzado a manejar los tiempos, un recurso tan central en la política. Y se sabe mastín que ve correr con desdén al galgo del PP, absorto en una carrera que lo puede dejar exhausto antes de llegar a la meta.

A medida que pasa el tiempo se percibe, en efecto, la impaciencia del PP por acceder al poder como fin en sí mismo. Y lo que al principio pudo ser una estrategia sensata, la deslegitimación personal de Zapatero, puede dejarles tácticamente huérfanos si al final no acaba siendo el próximo candidato del PSOE. Su labor de destrucción de todo cuanto pueda provenir del Gobierno, sin proponer líneas de acción específicas ante la crisis, lo muestra además desnudo como alternativa política. Corre, corre en exceso, pero nadie sabe en verdad hacia dónde. Si en lo que queda de legislatura, una eternidad, el Ejecutivo hace los deberes, es muy probable que se acorten las distancias.

Zapatero parece tener claro que, en este nuevo control de los tiempos, no está para malgastar una crisis de Gobierno en un momento en el que casi ha recuperado la iniciativa. Los costes de la amenaza constante de esta iniciativa son nefastos para la cohesión interna del Ejecutivo, ya que el resultado de la misma significaría una reubicación de las piezas existentes más que un enriquecimiento con personas de un banquillo que no se antoja excesivamente brillante.

Es la última gran escenificación de su liderazgo, el último cartucho, que habrá de saber emplear cuando las circunstancias lo requieran.

Además, al Gobierno le queda por atravesar todavía un terreno pantanoso y plagado de peligros. El primero, una posible sentencia sobre el Estatuto catalán, y su segura repercusión sobre las elecciones autonómicas de finales de año. Y, antes que nada, la recuperación de la confianza perdida. Hay tiempo, mucho tiempo, pero habrá que saber gestionarlo con aquello que los ciudadanos más agradecen: la humildad y la eficacia de sus gobernantes.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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