La religión tolstoiana
Se le llamó anarcopacifista, libertario cristiano y no resistente, mantuvo correspondencia con Gandhi, fue lector de Henry David Thoreau, autor de La desobediencia civil, aplicó la pedagogía redentora, criticó a las instituciones eclesiásticas, se hizo vegetariano e intentó renunciar a sus propiedades a favor de los pobres. León Tolstói, insigne novelista de Anna Karenina y Guerra y paz, fue también el inspirador de un amplio grupo de fieles que bautizaron su ideario como religión tolstoiana. Un credo que, apartando a un lado sus escrituras de ficción aunque manteniendo algunas de sus imágenes simbólicas (ese tren evocador de Anna Karenina), se convierte en el protagonista de La última estación, película de Michael Hoffman más interesante que conseguida, sobre los postreros días en la vida del escritor ruso y sobre el enfrentamiento económico, doctrinario y filosófico con su esposa, no tolstoiana, acerca del destino de sus derechos de autor.
LA ÚLTIMA ESTACIÓN
Dirección: Michael Hoffman. Intérpretes: Christopher Plummer, Helen Mirren, James McAvoy, Paul Giamatti. Género: drama. Reino Unido, 2009. Duración: 112 minutos.
Salvo en Un día inolvidable (1996), los ambientes de época siempre han estado presentes en la carrera de Hoffman. En Restauración, El sueño de una noche de verano y El club de los emperadores, el director estadounidense ha hecho gala de ese academicismo impoluto de los mal llamados productos de calidad. Hoffman nunca resta con su puesta en escena, montaje y utilización musical, pero es incapaz de sumar. También en La última estación. El ideario de Tolstói, las discusiones con su mujer, los tejemanejes de la secta tolstoiana y la trama del secretario personal del escritor nunca parecen bien ensamblados. De modo que en una historia en principio apasionante, interpretada con poderío por Christopher Plummer y Helen Mirren (ambos candidatos en los pasados Oscar), hay una secuencia que ejemplifica a la perfección por dónde se escapa la brillantez en beneficio de lo obvio: ya en la parte final, con Tolstói postrado en una cama a punto del óbito y su esposa pendiente de las últimas palabras, la escena pide sosiego, austeridad, silencio que permita concentrarse en las interpretaciones y la solemnidad de la muerte. Pero Hoffman adereza la escena con unas notas musicales de piano que sólo aportan indolencia.
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