África, África, África
Las radios, que son más humanas que todos nosotros, los periódicos, y que ustedes las revistas gráficas, hablan en estas fechas del síndrome prevacacional. Un síndrome más o menos sutil, que solo puede detectarse hallándose continuamente atento a los estados de ánimo de las personas y sin que se intente despreciar en ellas lo banal. En este caso de lo prevacacional, el fenómeno se refiere al malestar que suelen experimentar los empleados y autónomos en vísperas de las vacaciones, tanto por razón de repartirse los turnos en el trabajo como por la tabarra de verse obligados a elegir un destino con el acuerdo de la familia y con el mismo deseo propio, que vacila sin cesar de un nombre a otro, de un destino a otro de los infinitos que ofrecen los vuelos low cost.
El Mundial es un penetrante aviso para visitar el resto del continente. Nadie vuelve de allí siendo el que fue
Hay artistas que han dejado la Europa del confort por un bienestar más duro pero sabroso en su interior
Una extraordinaria ventaja presenta, sin embargo, este año en que, al fin África, aparece citada machaconamente por razón del Mundial. Pero no el África de los partidos por la vía de Johanesburgo y otras sedes, sino el África-África sin más desviación.
Precisamente, si ahora destaca una suculenta ventaja la competición de este verano (invierno por su sur) es la promoción entera del continente africano y de sus 1.000 millones de habitantes y de sus 550.000 millones de experiencias desconocidas.
Hasta ahora, ese lugar asombroso era cosa de China o de India. Tanto la vida como la enfermedad y la muerte de los africanos se empaquetaban -y se empaquetan- en el puro concepto de subdesarrollo y en el balance de la calamidad total que ha terminado por no desprender olores. Incluso las intensas esencias de la sangre que han despedido las muchas matanzas y guerras fronterizas apenas han afectado los aromas del mundo occidental. En cierto modo, alguna vez, tras los estragos del colonialismo y los falsos procesos de liberación nacional África, en bloque, quedó envuelta en un crecimiento cero o menos que cero y, al cabo, en un destino sellado por la fatalidad. China huele y nos penetra, India hiede y nos inquieta su exotismo.
Pero África hasta hace poco y, todavía hoy con pocos turistas, sigue siendo el espacio de los safaris para millonarios, los sobrevuelos para las escasas rutas aéreas y las desdichas pandémicas que no se las remedia ni se las deja salir de ahí. Lo más parecido al basurero de este mundo es esta tercera parte del mundo donde se mezclan toda clase de residuos y donde no hay sino planes residuales para contrarrestar la situación.
Y, sin embargo, ya no se conocen turistas o artistas, antropólogos o pintores, ecólogos o escritores, que no proclamen su extraordinaria atracción por esas tierras y, en no pocos casos, hayan cambiado sus confortables residencias europeas por un bienestar tanto más duro o simple externamente como altamente más sabroso en su interior.
No hay que pensar en ellos como tipos místicos. Basta con referirse a personas amantes de la belleza, sea del paisaje o de los pájaros, del brillo de las estrellas o las luces en los estampados de donde han bebido las pasarelas de Nueva York o Milán, las firmas de casi todos los escaparates de Madison Avenue o Montenapoleone.
No es preciso invocar la santurrona caridad, la solidaridad o el sentido de la humanidad. Basta con ser un tipo que dispone de sus sentidos y su sensibilidad y desea darles gusto. Y, que a lo mejor, abrumado encima por el síndrome prevacacional se turba dando vueltas al lugar donde pasar las vacaciones. África, África y África.
No hay nada de mayor asombro, recompensa y experiencia sentimental o intelectual. Visto desde el revés, maliciosamente, parecería que todo el continente africano, sus selvas, sus animales, sus escenas abrumadoras, sus horizontes inéditos, su vegetación o sus lagos recién nacidos hubieran quedado reservados para un momento prevacacional como este de 2010.
El Mundial suena desde un extremo africano como un penetrante aviso acústico para visitar el resto de esa tierra. Las decenas de miles de personas que hasta el momento han disfrutado ya esta visita de los mil sentidos serían impulsos de todo orden para no poder resistirse a sus fascinantes memorias de África. Nadie vuelve de allí siendo el que fue. O, dicho de otro modo, nada es tan hacedero para ser y sentirse mejor que elegir prevacacionalmente un low cost para Nigeria, Namibia, Zambia o el viejo Congo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.