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La Bienal de Venecia baila en defensa del desnudo

La Bienal de Venecia se ha rendido ante la trilogía sobre el desnudo de Daniel Léveillé, de Quebec (Canadá). Los bailarines de sus obras, Amour, acide et noix, La pudeur des icebergs y Crépuscule des océans, han transmitido emociones chocantes y han cosechado la mayor ovación. Aparecen desnudos y tejen movimientos de danza en combinaciones aparentemente aleatorias, secuencias duras interrumpidas por silencios, golpes secos en el suelo de soporte metálico; la música, ya sea Beethoven, Chopin o Vivaldi, va por un lado no lineal. Es apabullante y estremecedor en su dureza y en su sinceridad.

La materia coreográfica está extendida sobre una vitola firme que hace a los bailarines desplegarse, caer y recuperarse obsesivamente como intentando fijar en el espectador esa ansia de clímax y tensión. Léveillé carece de amabilidades y no le interesa complacer. Esta trilogía permite palpar la evolución de un creador al que Europa no ha dado cancha.

Una grande del solo

De Canadá también llegó a la Ópera La Fenice su gran dama de la expresión contemporánea: Marie Chouinard con un solo, Gloire du matin, de casi una hora de duración y donde demuestra una forma física de excepción con los matices de su estilo inconfundible. Preocupada por grandes temas como la muerte, la vejez o la soledad ante el espejo, Chouinard aparece envuelta en sedas japonesas tradicionales y se mueve como una estantigua del kabuki.

Poco a poco se despoja del vestido, se suelta los cabellos pajizos y su danza se hace terrenal, desesperada, como si estuviera destinada a visionar fracasos. La metáfora de la flor que muere cada día, lo efímero de la voluntad de expresarse, cobran una dimensión estética mayor en esta mujer sensible y disciplinada que se puede parangonar a otras grandes del solo moderno, como Susanne Linke o Carolyn Carlson. Todas han pasado por la Bienal de Venecia y en todas hay esa sombra de amargura retrospectiva.

El 7º Festival Internacional de Danza Contemporánea de la Bienal también ha traído apuestas experimentales de Australia: Ros Warby con su solo analítico y la Sydney Dance Company dirigida por el español Rafael Bonachela. Hoy el coreógrafo estadounidense William Forsythe, considerado el coreógrafo vivo más influyente del planeta, recibe el León de Oro.

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