¿Hacia una sociedad de excepciones?
El atropellado debate sobre la prohibición del velo integral en espacios públicos ha llegado a ese punto de fragor que hace prácticamente imposible saber hacia dónde hay que ir. ¿Prohibimos o toleramos?, ¿ley o mediación?, ¿límites o excepciones? Se ha defendido el hiyab como expresión de la libertad religiosa basada en una decisión personal. ¿Puede aplicarse este mismo criterio con respecto al niqab? De hecho, en las entrevistas reproducidas en los últimos días, así lo defienden las mujeres que lucen este hábito vestimentario (algunas de ellas convertidas al islam), reclamando para sí su derecho individual a ir vestidas según sus convicciones religiosas. Legalmente estarían en su derecho, ¿pero lo están de acuerdo con los compromisos éticos de convivencia que todos hemos de asumir?
Un mundo separa hiyab y niqab. Cuando la estética se complementa con la observancia religiosa, tenemos un ejemplo de pervivencia de lo religioso en una sociedad secularizada: es el caso del uso del hiyab por parte de mujeres musulmanas. En cambio, cuando una prescripción vestimentaria quiere diluir cualquier frivolidad estética, entonces nos encontramos ante otro tipo de expresión: aquella que se autoexcluye de su contexto social, legitimándose en una lectura dogmática de su doctrina religiosa. Sería el caso del velo integral.
El niqab emite dos tipos de mensajes, uno al resto de mujeres musulmanas, y el otro, a nuestra sociedad. En el primer caso, el niqab es la respuesta a esa perversión estética que supone combinar la textura de un hiyab con el color de los zapatos. Es la anulación de todos los atractivos que concitan las miradas externas respecto al cuerpo de las mujeres. Los defensores de este hábito integral lo convierten en precepto de obligado cumplimiento. Quizás sea el único argumento para imponer un hábito exportado de Arabia Saudí, que nada tiene que ver con otras variantes culturales.
El niqab transmite a nuestra sociedad un doble mensaje de desvinculación y ruptura. Las doctrinas rigoristas que lo propugnan recuerdan la necesidad de mantener una distancia prudencial con aquellas personas que no forman parte de su núcleo comunitario. Todo fundamentalismo reacciona airadamente contra cualquier tipo de mezcla, y busca delimitar un espacio propio, protegido de las miradas extrañas y regido por aquellos principios que consideran moralmente adecuados. El velo integral es la metáfora de ese repliegue, y un serio indicio del proceso de radicalización presente en algunos de estos colectivos. Lo que está por ver es la manera en que nuestra sociedad responde a esos mensajes: ¿legitimaremos nuevas excepciones en base a un mal entendido relativismo religioso?
Jordi Moreras es profesor de Sociología de la Universitat Rovira i Virgili.
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