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Columna
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El desafío

La obra de Lousie Bourgeois ha supuesto, hasta hace muy poco tiempo, un problema para críticos, historiadores o conservadores de museo que, encasillados en parámetros formalistas o iconográficos, no habían sabido apreciar la contribución fundamental a la escultura del siglo XX de esta artista franco-americana. Así, el otrora poderoso conservador jefe del MoMA, William Rubin, valoraba el arte de Bourgeois por no haber caído en la retórica de los escultores que, durante los años cincuenta, trataron de duplicar los efectos grandiosos de la pintura del Expresionismo Abstracto, pero consideraba que éste pecaba de inconcluso e inconsistente. Para Rubin, los elementos psicológicos o sexuales eran tratados demasiado literalmente.

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Adiós a la escultura de todo un siglo

Su escultura no responde a cánones que nos puedan parecer familiares. Al contrario, su obra se basa en la transgresión de las barreras, en la abolición de los límites. En Bourgeois la subversión de la diferencia sexual se extiende a una subversión de las formas y los géneros artísticos. La ambigüedad es quintaesencial en sus obras, en las que no queda nunca bien definido qué es lo exterior y qué lo interior, qué es lo individual y qué lo colectivo. De una manera no muy diferente a como sucedía con un cierto tipo de escultura surrealista, ejemplificada en los objets désagréables de Alberto Giacometti, crea objetos que se ubican en un espacio real, directamente en el suelo o colgados del techo y que, por tanto, no necesitan pedestal. Ahora bien, cuando utiliza el pedestal, no lo hace con la intención de idealizar la escultura, sino que le confiere una función transgresora, ya que con estos pedestales los objetos sexuales, agresivos y aformales se sitúan directamente a la altura de la vista. Transforma lo que podría haber sido una escultura tradicional-clásica en una crítica de la misma escultura. Se trata de la reacción intensa de una mujer ante el mundo del logos heterosexual y represivo, que durante tantos años ha sido hegemónico en los círculos artísticos europeos y americanos. Fue esa actitud radical la que propició que, desde los setenta, su arte empezase a ser reivindicado por numerosos grupos feministas; y que, en las últimas décadas, se haya convertido en una figura de referencia para todos nosotros.

Manuel Borja-Villel es director del Museo Reina Sofía.

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