¿Con cuánto te conformas, Gekko?
Bien podría Oliver Stone haberse inspirado en las tribulaciones de John Paulson y sus amigos de Goldman Sachs para la secuela que ha presentado en Cannes de Wall Street, aquel clásico de Hollywood sobre las luces y sombras de la calle más seductora y peligrosa de América. No es casual que el último gran escándalo del mundo financiero, que se ha llevado consigo el prestigio de la perla de Wall Street, coincida con la publicación del esperado informe del FMI: Una justa y sustancial contribución del sector financiero.
Con vistas a la próxima reunión de junio del G-20, el informe tiene como objetivo ofrecer fórmulas fiscales aplicables a nivel global para que "el sector financiero internalice los costes sociales de sus actividades". La justificación es clara: el coste neto del apoyo fiscal directo al sector financiero ha sido del 2,7% de PIB; el riesgo de las garantías asumidas, hasta del 25% del PIB y la deuda pública está previsto que aumente, siempre de media en los países del G-20, 40 puntos porcentuales entre 2008 y 2015.
El FMI propone que el mundo financiero pague tasas por pasivos, beneficios y bonos para directivos
La primera conclusión a celebrar tras la publicación del informe es la sacudida que la crisis ha provocado en las bases teóricas del establishment económico, que ya venía anunciando el economista jefe del Fondo, Olivier Blanchard, en Repensando la política macroeconómica. Reconocer que debemos protegernos ante futuras crisis financieras presupone la aceptación del carácter intrínsecamente inestable de los mercados financieros y, por tanto, el reconocimiento de las teorías de Minsky, ignoradas por la ortodoxia neoclásica durante más de 50 años.
¿Qué propone el FMI? En primer lugar, una Contribución a la Estabilidad Financiera (FSC) que se inspira en la propuesta de Obama de tasar los balances de los bancos para pagar por sus rescates y consiste en un impuesto aplicado sobre los pasivos de todas las instituciones financieras. La recaudación de la tasa se destinaría a un "fondo especial de rescate" y tendría inicialmente un tipo fijo, que se iría adaptando al nivel de riesgo que representara cada institución financiera para el sistema. El FMI recomienda tasar los pasivos porque esa es la parte que los Gobiernos afrontarían en caso de bancarrota. Los depósitos asegurados y el capital propio estarían exentos con el objetivo de desincentivar el apalancamiento excesivo.
En segundo lugar, el FMI propone la Tasa sobre Actividades Financieras, que en inglés responde a las siglas FAT, sugerente analogía del carácter sobredimensionado del mundo financiero. La FAT se aplicaría sobre beneficios y remuneraciones y afectaría de forma más sensible a las compañías con más ganancias y bonus más elevados. Esta propuesta distaría de la establecida en Reino Unido en 2009, por la que se tasaban las remuneraciones variables en un 50%; se trataría de un impuesto permanente de un tipo mucho más bajo (cercano al 2%) que ya está en práctica en países como Canadá o Israel. Respecto a ideas sobre la FTT (Financial Transaction Tax, la versión actualizada de la Tasa Tobin), que goza del apoyo mayoritario del Parlamento Europeo, entre otros, el informe se queda corto. Considera que "no se focalizaría en las fuentes de la inestabilidad financiera" y queda descartada de este análisis.
Estas propuestas aportan solidez y aires nuevos al debate. No obstante, deben planearse detenidamente para ser integradas en los nuevos planes de regulación financiera y tendrán mayor efectividad cuanta mayor sea la coordinación para aplicarlas. Dado el nivel de integración financiera internacional, cualquier impuesto nuevo o nueva regulación debe garantizar un mismo terreno de juego para todos. En este sentido, es positiva la flexibilidad que ofrece el FMI: "La cooperación efectiva no requiere total uniformidad, pero sí un acuerdo sobre los principios, las bases aplicables y los tipos mínimos del impuesto". Esto, esperemos, ayudará a acercar a los Gobiernos, siempre celosos de sacrificar su tan apreciada soberanía en el ámbito de la fiscalidad.
En las próximas semanas importantes decisiones confluyen en un nuevo momentum para la gobernanza. A las recientes propuestas de la Comisión Europea para avanzar en el ineludible camino de la unión económica europea se suma el más ambicioso plan de reforma de regulación financiera de la historia de la UE, que se votará en el Parlamento Europeo antes de que termine la presidencia española. Asimismo, al otro lado del Atlántico, tras la batalla de la reforma sanitaria, Obama tiene clara su segunda cruzada: lograr la mayor transformación del sistema financiero norteamericano desde la Gran Depresión. El plan, sobre el que revolotean las multimillonarias presiones del lobby financiero, se mantiene momentáneamente bloqueado por los republicanos en el Senado.
De momento, es de celebrar que el organismo regulador de EE UU, la SEC, haya tenido el valor de entrometerse en el imperio de Goldman Sachs, uno de los grandes beneficiarios de los rescates de 2008, que batió récords de ganancias en 2009. Esperemos que sea el principio del final del capitalismo ficticio que tan bien describía Gordon Gekko, el inhumano mago de las finanzas interpretado por Michael Douglas en Wall Street: "La ilusión se ha vuelto realidad y cuanto más real se vuelve con más desesperación se desea". A lo que Charlie Sheen, su sublevado discípulo, respondía: "¿Con cuánto te conformas?"
Antonio Roldán Monés es asesor económico en el Parlamento Europeo.
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