Poder y seducción
"Cuando comienza la ópera, Nerón y Popea se aman en la noche. Cuando la ópera acaba, se aman en presencia de Roma y del mundo". Así resume Jean Starobinski la última ópera de Monteverdi. "¿Es Popea antes que nada una enamorada o una ambiciosa?". La respuesta está en "escuchar lo que dicen las palabras y la música". Con L'incoronazione di Poppea, el Teatro Real culmina la trilogía monteverdiana, uno de los proyectos más ambiciosos de Antonio Moral como director artístico.
Para comprender hacia dónde vamos en el mundo lírico qué mejor que conocer de dónde venimos. Entre L'Orfeo y L'incoronazione se escribe el primer capítulo de la ópera, el que va de los espacios privados a los teatros públicos, de los temas mitológicos a los históricos. Una ópera que potencia la unión de palabra y música, la teoría de los afectos, el "recitar cantando" y la búsqueda a través del canto del espíritu de la tragedia griega.
L'INCORONAZIONE DI POPPEA
De Claudio Monteverdi.
Les Arts Florissants.
Director musical: William Christie.
Director de escena: Pier Luigi Pizzi. Con D. de Niesse, P. Jaroussky, A. Bonitatibus.
Coproducción con el teatro La Fenice de Venecia.
Teatro Real. Madrid, 16 de mayo
Orgía de matices
William Christie realiza un trabajo colosal al frente de Les Arts Florissants. Tener durante tres años consecutivos a Christie en el Real es un lujo. Ya fue una conmoción la que produjo en La Zarzuela con Atys, de Lully, pero han pasado 18 años. Con 17 músicos con instrumentos de época le fue suficiente para una auténtica orgía de matices, sutil creación de atmósferas y un perfecto sentido de la acentuación.
Como en Lyon o Glyndebourne, Popea fue Danielle de Niese. Tiene presencia, atractivo, sensualidad y canta razonablemente bien. Arrollador se mostró el contratenor Philippe Jaroussky como Nerone y muy interesante el otro contratenor, Max Emanuel Cencic, como Ottone. Un aria tan desgarradora como Addio Roma no levantó un solo aplauso, por la escasa capacidad de comunicación de Anna Bonitatibus. Despierta y ágil la Drusilla de Ana Quintans, grotesca la Arnalta de Robert Burt e insuficiente el Séneca de Antonio Abete. Pizzi movió la escena con un pie en el neoclasicismo escenográfico, bien resaltado por una precisa iluminación, y otro en una dirección de actores más atinada en los personajes principales que en los secundarios.
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