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Columna
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La desnuclearización de la OTAN

Un año ha pasado desde el famoso discurso del presidente Obama en Praga, en el que reiteraba algo tan obvio como que el futuro de la humanidad depende de lograr un mundo desnuclearizado. Un imperativo pendiente desde que en 1945 se arrojaron las dos primeras bombas atómicas. En 2007, conocidas personalidades políticas norteamericanas, como Henry Kissinger, George Shultz, William Perry, insistieron en la necesidad de llegar lo antes posible a un mundo desnuclearizado. Por insuperables que parezcan los obstáculos, y aunque en el mejor de los casos se tarde dos generaciones en acercarnos a esta meta, hay que ponerse desde ya manos a la obra.

El 8 de abril se ha firmado un acuerdo entre Estados Unidos y Rusia para reducir el arsenal nuclear de ambos países. No es novedad que las dos grandes potencias convengan otra vez reducir su arsenal atómico -el penúltimo acuerdo es de 1991-, pero sí el que en esta ocasión Obama haya redefinido la política nuclear de Estados Unidos, renunciando al empleo de armas atómicas, aun en el caso de ser atacado con armas de destrucción masiva por países que no las tengan.

La Unión Europea no ha desempeñado papel alguno en el nuevo rumbo de la política nuclear
No proliferación y desarme atómico únicamente pueden caminar a la par

No cabe duda que los enormes cambios ocurridos en los dos últimos decenios, así como los altísimos costos que impone la renovación continua del arsenal atómico, han llevado a replantear la política nuclear, máxime cuando ha dejado de ser verosímil una confrontación atómica entre grandes potencias. Pero el cambio de actitud se ha debido tanto al rápido aumento de los países nuclearizados como, sobre todo, al enorme riesgo de que organizaciones terroristas accedan a estas armas. En la reunión en Washington del 12-13 de abril, en la que participaron 47 jefes de Estado y de Gobierno, los países con armas atómicas se comprometieron a impedir que grupos terroristas las alcancen.

Un aspecto preocupante, sobre todo por haber pasado inadvertido, es que la Unión Europea no haya desempeñado papel alguno en el nuevo rumbo de la política nuclear. Naturalmente, se explica porque la política europea de defensa, de hecho, y casi de derecho, pertenece a la OTAN, una organización en principio defensiva que desde la desaparición de la Unión Soviética no ha podido determinar el enemigo del que nos defiende. Preocupada únicamente por ampliarse -aunque esto haya traído más problemas que beneficios, al dificultar las relaciones con Rusia, tan importantes para la UE-, la única innovación sustantiva ha sido una guerra ofensiva en Afganistán, en que, para mayor inri, se ha mostrado muy poco eficaz. El fracaso anunciado a mediano plazo podría poner en cuestión la supervivencia misma de la organización atlántica.

El hecho es que la OTAN sigue basando la seguridad en el armamento nuclear, sin haber definido, acabada la guerra fría hace la friolera de 20 años, cuál es su estrategia. Cierto que relación con el arsenal atómico de los años setenta, el disponible hoy se ha visto reducido en un 90%, pero también la ampliación hacia el este ha traído consigo que se encuentre cada vez más alejado de su frontera oriental, la única de la que podría provenir algún peligro.

Pese a que a largo plazo la desnuclearización es una tarea tan peliaguda como imprescindible, y que la nueva política nuclear de Obama no debe desacreditarse como un mero oportunismo que conlleva altos riesgos, como ha pretendido sin fundamento la derecha republicana, a nadie se le oculta que detrás de tamaño giro está la decisión de Irán de entrar en el club de los países nuclearizados. Irán se encuentra rodeado de países con armamento atómico. Al norte, Rusia; al oeste, Israel; al este Pakistán, India y China; al sur, los submarinos norteamericanos, y está convencido de que la invasión de Irak no se hubiera producido de haber tenido armas atómicas. Ahora bien, frenar a Irán no sólo exige una política común, harto improbable, de las grandes potencias que rivalizan por la hegemonía en la región, sino también volver a las condiciones que se formularon en el primer Tratado de No Proliferación, ya que no es viable que el armamento atómico permanezca a la larga monopolio de unos pocos. No proliferación y desarme nuclear únicamente pueden caminar a la par.

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