_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El Estatuto en el coso de la Maestranza

Francesc Valls

La relación entre el PSC y el PSOE no ha sido nunca tan tórrida como la del periodista británico Thomas Fowler con su amante vietnamita Phuong en El americano impasible. En la pareja y en la novela todo va bien hasta que aparece el voluntario americano Alden Pyle, que hace replantearse a Fowles su condición moral y se produce la previsible ruptura. Los desencuentros del presidente Zapatero con su homólogo de la Generalitat, José Montilla, han sido notables durante la segunda encarnación del tripartito. Van desde el reconocimiento del propio Montilla -"si yo estuviese supeditado al PSOE, seguramente no sería presidente (27 de septiembre de 2007)"- al "José Luis, te queremos mucho, pero queremos más a Cataluña" (21 de julio de 2008). No es desvelar ningún secreto decir que, siguiendo el triángulo de la novela de Greene, Zapatero habría preferido al frente de la Generalitat -y consecuentemente de socio homologable en Madrid- al joven, maquiavélico y atlético norteamericano Pyle -Artur Mas-, antes que al veterano Fowles, Montilla.

El federalismo de Zapatero parece más bien fruto del optimismo de Maragall que de la convicción propia

Pero los caprichos de la historia han variado el guión de Greene. Los cuatro años en que Estatuto ha estado consumiéndose a fuego lento en el Tribunal Constitucional han hastiado a todos y cada uno de los componentes del trío. Y sin perder de vista a Phuong, Fowles y Pyle se han puesto de acuerdo y han arrancado del Parlament un órdago para renovar nada menos que el Tribunal Constitucional.

Zapatero y su equipo consideraban "asumible" la ponencia derrotada de Elisa Pérez Vera, que laminaba 15 artículos estatutarios. Pero ni Montilla ni Mas pueden transigir dándola por buena. Está en juego la esencia del pacto constitucional de 1978, ahora en manos de un tribunal, que erigido en exegeta, parece querer elevar la Ley de Leyes española a la categoría a los Diez Mandamientos. Las tablas de Moisés contienen 10 preceptos, según los católicos, pero los judíos los cifran en 613 en la Torá. Si entre monoteísmos hay cosas opinables, muchas más habrá en el amplio mundo del constitucionalismo, en el que, por cierto, las últimas noticias sobre el Estatuto son inquietantes. De los nuevos dictámenes que ha preparado Guillermo Jiménez, el nuevo ponente, el texto más light eleva a 22 el número de preceptos inconstitucionales. Los textos fueron distribuidos el jueves de la semana pasada, antes de que Jiménez compartiera refugio, junto a otros dos magistrados del TC, en el callejón del coso maestrante de la plaza de toros de Sevilla.

El viceprimer secretario del PSC, Miquel Iceta, se preguntaba el pasado jueves, cuando el Parlament selló el pacto para reformar el TC: "¿Seguiremos cabiendo los que luchamos para conseguir la Constitución o nos veremos expulsados del consenso 30 años después?" El proyecto federal de Zapatero no sólo se ha hecho invisible, sino que, cautivo del PP, está dando marcha atrás respecto al Estatuto que el PSOE votó y defendió en las Cortes españolas. Así las cosas, el federalismo de Zapatero, su apego a Anselmo Carretero, parece más bien fruto del inveterado optimismo de Pasqual Maragall, ansioso de hallar un federalista y gustoso de darle una pátina descentralizadora, que de la convicción propia.

A estas alturas todo el mundo sabe que el TC no es una instancia judicial sino política. Y decisiones políticas son las que valientemente deben tomarse ahora. Cuando en 1980 Andalucía no pudo acceder a la autonomía por la vía del artículo 151 de la Constitución, debido a que en la consulta no se alcanzó el 51% de los votos en la provincia de Almería, se hizo una reforma ex post facto de la Ley Orgánica de Modalidades de Referéndum. La voluntad política lo permitió. Ahora con el Estatuto catalán, el PSOE parece querer evidenciar que esta guerra no va con ellos. Y eso exaspera políticamente a su aliado. En ese órdago que las formaciones catalanas plantean sobre el Constitucional, el PSC debe ir hasta el final para mantener su credibilidad, aunque eso implique romper muchos puentes con el partido hermano. Seguramente en Ferraz, como cada vez que hay situaciones de crisis, están releyendo los protocolos del pacto PSC-PSOE. Todo es un déjà vu, un déjà véçu. Tras la crisis generada por el viaje de Josep Lluís Carod Rovira a Perpiñán, en 2003, desde Madrid se llamó a una decena de alcaldes del PSC del cinturón de Barcelona para ver su grado de disponibilidad a encabezar listas bajo las siglas del PSOE. A lo largo de los últimos años ambos partidos han mostrado sus armas. Ahora es un momento especialmente complejo. Y el PSC, que no tiene grupo parlamentario propio en Madrid, cuenta con dos ministros en el Gobierno central. Si el desencuentro es profundo, siempre quedan gestos contundentes.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_