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Raúl Castro y Su Eminencia

Hace tres semanas, Raúl Castro volvió a hablar de guerra. Ponderó ante un público de jóvenes (clausuraban el congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas) la posibilidad de una hecatombe. Aludió al sacrificio del país y de toda su gente. No existía por todo el horizonte amenaza de invasión. El presidente y general repasó la completa historia de resistencias nacionales a propósito de unos gestos diplomáticos europeos y del tratamiento de los asuntos cubanos en la prensa internacional. A juicio suyo, ocurría una campaña de descrédito contra Cuba financiada desde los centros de poder en EE UU y Europa. En el origen de esa campaña había un preso fallecido en huelga de hambre al cual, con todas las precauciones del pensamiento mágico, él se cuidó de nombrar. La reacción de la prensa extranjera ante aquella muerte desencadenó lo apocalíptico en el congreso juvenil. En el reino de los hermanos Castro la protesta de un solo prisionero puede perfectamente contestarse con amenazas de genocidio. La huelga de hambre de un opositor se remedia con la exterminación de todos los habitantes. Nadie gana en histeria a Raúl Castro, y su hermano mayor revalidó enseguida por escrito nota tan extremada. Un puñado de artículos y opiniones ponían al país en pie de guerra.

El presidente y el cardenal coinciden en temer todo aquello que desestabilice la actual situación

Semanas después, otro líder cubano, sin relación directa con el presidente y general, ha percibido en esos artículos y opiniones extranjeras la misma peligrosidad. El cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana, explica en una revista católica: "El hecho trágico de la muerte de un prisionero por huelga de hambre ha dado lugar a una guerra verbal de los medios de comunicación de Estados Unidos, de España y otros. Esta fuerte campaña mediática contribuye a exacerbar aún más la crisis. Se trata de una forma de violencia mediática, a la cual el Gobierno cubano responde según su modo propio".

La más alta autoridad de la Iglesia Católica dentro del país coincide con la más alta autoridad militar y de Gobierno en que ese despliegue de información, aun cuando no penetre en el territorio nacional, equivale a la guerra. Su Eminencia aconseja aplacamiento a los corresponsales extranjeros. Informar es, en su particular ecuación, una forma de ejercer la violencia. Y, por otra parte, existe dentro del país un rico periodismo: "En la prensa de Cuba aparecen opiniones de todo tipo respecto al modo de buscar salidas para las dificultades económicas y sociales de este momento". (Valdría la pena investigar si, entre esa variedad de fórmulas, alguna aboga por el fin de la dictadura y la existencia de diversos partidos políticos).

Las opiniones de Su Eminencia acerca de la política estadounidense hacia Cuba se corresponden con las expuestas tantas veces por Raúl Castro y su hermano: toca al Gobierno de Obama dar pasos para el reestablecimiento del diálogo, y de ningún modo habrá de subordinarse el fin del bloqueo (Ortega utiliza la terminología revolucionaria) a una nueva política cubana de derechos humanos.

El cardenal arzobispo reclama discreción a la prensa extranjera y generosidad diplomática al Gobierno estadounidense. Al parecer, los mayores obstáculos para el buen desarrollo de la sociedad cubana se encuentran más allá de sus fronteras. No obstante, pide al Gobierno de Raúl Castro que agilice los cambios prometidos. Le pide un mejor trato para los prisioneros y las familias de estos. Y deja claro que la propia misión de la Iglesia "le impide sumarse simplemente a una de las dos partes enfrentadas, con propósitos políticos de desestabilización de un lado, y con el consecuente atrincheramiento defensivo de otro".

Tomar partido sería pecar de simpleza. Las autoridades, que orquestan actos de repudio contra mujeres y dejan morir a un prisionero en huelga de hambre, resultan consecuentes, defensivas y solamente atrincheradas. Pululan, del otro lado, los elementos desestabilizadores. ¿Se refiere Su Eminencia a las Damas de Blanco, vapuleadas a la salida de las iglesias, o a los corresponsales extranjeros?

El cardenal Jaime Ortega no está dispuesto a condenar las malas prácticas de la dictadura cubana. El general Raúl Castro no está dispuesto a introducir los cambios que tanto ha prometido.

No es casual que este último pronunciara su versión del Apocalipsis en una asamblea de jóvenes: cuando no se quiere hacer vida adulta, el cuarto de los niños resulta de lo más grato. Fue buen escenario el evento juvenil para dar largas al Congreso del Partido Comunista, que obligaría a alguna determinación respecto a Fidel Castro, aún con rango de primer secretario.

En su discurso de clausura, el menor de los Castro declaró pospuestos, una vez más, congreso partidista y nuevas medidas. "Los que piden avanzar más rápido", avisó, "deben tener en cuenta el rosario de asuntos que estamos estudiando". (Rosario de asuntos: curiosa infiltración en un discurso que, como buena pieza apocalíptica, contó con otras alusiones religiosas).

Tanto Raúl Castro como Jaime Ortega, presidente y cardenal, prefieren evadirlas responsabilidades de sus puestos. Los dos temen a todo aquello que pueda desestabilizar la actual situación. Es lógico entonces que confundan periodismo con violencia y con guerra: los artículos y opiniones tan denostados por ellos hablaban de cambios.

Antonio José Ponte es vicedirector de Diario de Cuba (www.ddcuba.com)

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