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Columna
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La leyenda del velo

Una niña musulmana de Pozuelo de Alarcón, Najwa Malha, acude a su colegio tocada con hiyab, el velo islámico. La pobre adolescente, sin culpa alguna, está siendo el centro de atención y discusiones nacionales desde hace unos días. Incluso la Conferencia Episcopal ha terciado en el asunto llevando el agua a su terreno, como tiene por costumbre. La Iglesia, representada por su portavoz Martínez Camino, ha dicho que cada uno puede llevar encima los signos de su religión, amparándose en que "la Constitución ampara la libertad de manifestar el credo a personas y comunidades". El obispo defiende al islam porque de lo contrario se vería obligado a admitir la desaparición de crucifijos, sotanas, imágenes o láminas sacras y demás en las aulas.

El colegio de Pozuelo prohíbe a la chica su velo aduciendo explicaciones alejadas de la religión, por si acaso. Simplemente sacan a relucir la normativa del centro que impide cubrirse la cabeza en clase. Esto se extenderá, suponemos, a cualquier tipo de tocados, incluidas viseras, boinas o esas telas aindiadas que coronan los pelos de tanta gente joven. El artilugio de la normativa no parece descabellado, pero todo el mundo sabe que aquí estamos discutiendo otra cosa. Un país no confesional no puede permitir símbolos religiosos en la educación.

Es significativo que en este asunto no haya hablado ni la niña ni su madre, vaya usted a saber por qué. Sólo habla el padre, algo muy normal entre los árabes, para los cuales da la impresión de que las mujeres no existen o están en la clandestinidad. Pues, miren ustedes, señores árabes, con todo el respeto, esto nos parece detestable a muchos occidentales. Con perdón.

Conozco a una dama muy guasona, muy católica, muy demócrata y muy barroca que ayer nos hizo partirnos de risa en una comida. En resumen, estas fueron sus palabras:

"Tiene razón la Conferencia Episcopal, y todos debiéramos seguir su consejo para conseguir que una clase se convierta siempre en algo pintoresco y divertido. Las aulas se tenían que llenar de monjas, niñas y niños de primera comunión, saris indios, imágenes de Buda y de los ídolos de Polinesia, barbas y gorros judíos, algún que otro cartujo... En fin, un retablo exótico del mundo. Eso sí, las chiquillas católicas tendrían que llevar siempre peineta, mantilla y un rosario de perlas. En cuanto al estamento docente, otro tanto digo. Y a quien Dios se la dé, que san Pedro se la bendiga. He dicho".

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