Bailes y carambolas
Aumentaba en la capital el número de locales de esparcimiento, tanto para la juventud como para la gente madura. Remedo de las caves parisiense, proliferaron las llamadas boîtes al estilo francés y languidecieron las costumbres, más españolas, de los asaltos, que es como se denominaban los encuentros de la mocedad, en determinados y espaciosos lugares, con el fin de practicar los bailes modernos.
Yo asistí, ya en su declive, a los que se celebraban nada menos que en el hotel Ritz, en cuyos enormes salones se colocaban a lo largo de las paredes sillas suficientes para que se aposentaran las chicas jóvenes -muy a menudo acompañadas de madres o carabinas- a la espera de que algún galán las sacara a girar a los acordes de un vals o un marchoso pasodoble, sin estar ausente el tango, más enrevesado. De allí salieron muchos idilios y el único requisito era abonar la entrada, ya que se daba por supuesto el aspecto decoroso de los asistentes. El derecho de admisión se ejercía, con cierta lasitud, pero firmeza. Está claro que las jovencitas iban a buscar novio y ellos otro tanto, pero, hasta entrados los cincuenta constituyó una fórmula de aproximación entre los sexos.
Los objetos extraviados con mayor frecuencia en las casas de citas eran el misal, el velo y el rosario
Se ha dicho -y es verdad- que hubo persecución policial acerca del ejercicio de las buenas costumbres y, en cierta ocasión, tuve que salvar por los pelos a mi esposa, a quien había citado en un café y llegué demorado, cuando un agente se disponía a llevársela a la comisaría para responder del grave delito de estar sola en un lugar público. Eran las chinchorrerías y estupideces fomentadas por gente resentida, meapilas y creyentes de que la Guerra Civil se había declarado para preservar el virgo de las solteras. A este respecto tengo que anotar un dato que me fue facilitado por la policía, con la que mantuve muy estrechas relaciones al amparo del semanario El Caso nacido en mayo de 1952.
Según el amigo inspector, en las redadas o registros que se hacían en las casas de citas -había muchísimas- en los reservados de algunos cafetines y en los palcos de los cines, los objetos extraviados con mayor frecuencia eran el misal, el velo y el rosario lo que no tiene más valor que su curiosidad estadística y que, contra lo que se ha dicho, los madrileños hacían el amor como descosidos, sin reparar en edad o estado civil.
Es natural que sobrevivieran hábitos anteriores y, como curiosidad, reseño la afición al juego del billar. Había muchos cafés e incluso salas especiales, donde, generalmente los varones, pasaban las tardes taco en mano. Como en la mayoría de las cosas que he emprendido, fui mediocre, pero recuerdo la maestría de un gran poeta -más importante que el lugar en que le coloca la desmemoria histórica- un excelente practicante de tan apasionante juego. Era José García Nieto, que encabezó durante muchos años la tertulia y la tendencia llamada Juventud Creadora, en el Café Gijón. Solía ir a unos billares que había en la calle del Prado, frente al Ateneo y le acompañé alguna vez, incapaz de medirme con él. Se decía, como chiste machista, que los espectadores habituales eran los vergonzantes mariquitas que acudían para ver las posturas de los jugadores, zafia referencia por la que pido excusas.
Los billares no podían faltar en los casinos y círculos recreativos, donde los habituales tenían su taco personal e incluso el juego de bolas. Estaba poco difundida la modalidad americana y se practicaba el tradicional de las dos bolas blancas y el mingo, que era roja. A dejar constancia de que se mantuvo durante un tiempo la creciente afición por el rugby, muy extendida durante la República, a favor de la creciente e imparable afición al fútbol, que comenzaba en los colegios, con el cambio de cromos de los jugadores más notables y ha llegado a ser como los toros o la Guerra Civil.
Fui un par de veces a presenciar un partido del Atlético, cuando estaba al final de Reina Victoria y hay una pequeña confusión que he observado: decir que, trasladado al ámbito político, ese club era franquista y que el Real Madrid oponente. Me parece que, en cuanto a los seguidores, era al contrario y que se llamó Atlético Aviación, al terminar la guerra, porque uno de sus presidentes era general de este arma y resultaba más fácil adscribir a los jugadores que cumplían los 21 años, a un batallón del Ejército del Aire y librarles de las guardias, la instrucción y cuanto se opusiera a su verdadera formación de futbolistas. Seguiremos goteando recuerdos.
eugeniosuarez@terra.es
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