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Columna
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No hay charco que no pise

Joaquín Estefanía

Mientras las autoridades, con extrema timidez y lentitud, siguen estudiando la regulación financiera necesaria para meter en cintura a las entidades que abusaron y engañaron, y que son el origen de la actual crisis planetaria, continúan apareciendo casos de ocultación y deslealtad de las mismas. Ahora se ha sabido que Northern Rock (el banco británico nacionalizado en cuyas oficinas se formaron colas de ciudadanos aquejados de pánico, intentando que les devolvieran sus ahorros), ocultó las cifras reales de créditos morosos en los meses previos a su colapso. O que Lehman Brothers utilizó una empresa de inversiones para desviar fondos, como pasadizo oculto en Wall Street, y nunca reveló esa información.

Pero la palma se la ha llevado Goldman Sachs (GS), el patrón oro de la banca de inversión, que acaba de ser acusado por la Comisión de Valores de EE UU (SEC), de engaño y ruptura total de la confianza del inversor. A través de un sofisticado producto (como su nombre: Abacus 2007-AC1) relacionado con las hipotecas subprime -esas que Warren Buffet calificó de "armas de destrucción masiva"- hizo perder a sus clientes al menos 1.000 millones de dólares, parte de los cuales ganó el hedge fund Paulson & Co (que había sido contratado por GS sin desvelarlo) apostando a la baja con ese producto. Paulson entendía que el precio de ese producto estaba sobrevalorado e iba a bajar; procedió a su venta y lo recompró a un precio inferior, logrando así su ganancia. Abacus 2007-AC1 era uno de los 24 "paquetes" que GS ofrecía a sus clientes basado en las hipotecas basura. La demanda de la SEC dice que "no se incluyó en la información a los inversores del producto que un fondo de alto riesgo, Paulson & Co, con intereses económicos totalmente contrarios a los suyos, jugó un papel importante al seleccionar los activos de la cartera". Demoledor para la reputación de GS, si se confirma y su ejército de abogados no consigue desmontar la gravísima acusación de la SEC.

En realidad, durante décadas no ha habido charca que Goldman Sachs no haya pisado. En un artículo publicado en la revista Rolling Stone hace ahora un año, y que ha dado la vuelta al mundo a través de la Red, su autor, Matt Taibbi, define a GS como "un gigantesco calamar vampiro que envuelve a la humanidad y succiona sin piedad dondequiera que encuentre algo de dinero", y describe el papel central del banco de inversión en todas las burbujas especulativas que han afectado a EE UU en el último medio siglo, de las cuales siempre ha salido reforzado. Ello lo hace, además, favorecido las extraordinarias pasarelas que ha conseguido con el poder político, tanto con los demócratas como los republicanos: Robert Rubin y Harry Paulson, secretarios del Tesoro con Bill Clinton y George Bush, fueron antes altos empleados de GS. Harry Paulson fue el que ideó el paquete de rescate a los bancos en dificultades del que se benefició GS al recibir decenas de miles de dólares. Un periodista satírico, Andy Borowitz, escribe que GS está en negociaciones para comprar el Departamento del Tesoro y que la fusión crearía sinergias para las dos entidades debido al alto volumen de empleados y de dinero que ya fluye entre ambas. En 2009, GS fue el banco que más dinero pagó en bonus a sus ejecutivos; como explicó su consejero delegado Lloyd Blankfein, esos multimillonarios sobresueldos estaban justificados porque los banqueros hacen "el trabajo de Dios".

Hace escasamente un mes, el español José Viñals, ahora director de Asuntos Monetarios y Mercados del Fondo Monetario Internacional (FMI) declaraba que la banca no ha aprendido las lecciones de la crisis y que "muchos lo que quieren es que no haya un cambio de reglas aduciendo que han entendido la lección, y no es así". Lo que se teme es que las prácticas de GS no sean la excepción sino la regla en Wall Street y todavía vaya a emerger mucha de la basura que causó la crisis financiera.

El asesor de Obama, Lawrence Summers, desvelaba en Davos que en EE UU hay tres lobbistas financieros por cada miembro del Congreso, que cobran porque no cambie la autorregulación inane. ¿Será posible que, una vez más, la codicia organizada prevalezca sobre los intereses de la democracia?

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