El laboratorio privado
Lo primero que salta a la vista del viajero que llega al aeropuerto de Santiago es un gran mural con la bandera nacional, blanca, roja y azul, con la leyenda: "Chile, levántate, tú puedes". Las llamadas a resurgir tras el gran terremoto del 27 de febrero son constantes en vallas urbanas, al borde de las carreteras en los sublimes paisajes vacíos de este larguísimo país, encajonado entre los Andes y el Pacífico, o en los anuncios en la televisión. Chile, sí puede. Tiene una situación económica envidiable: prácticamente sin deuda, un fondo de reserva soberano alimentado por las exportaciones del cobre, demandado sobre todo por China, de 12.000 millones de dólares, y en consecuencia crédito internacional. Chile crecerá este año a una tasa próxima al 5%. El optimismo ciudadano es alto. Este es el trasfondo sobre el que se proyecta la llegada al poder, por primera vez desde hace casi medio siglo, de la derecha liberal a lomos de empresarios, tecnócratas, miembros de las familias de toda la vida, repletos de masters por Harvard, católicos practicantes, campeones del individualismo. Algunos, miembros del Opus Dei, influyente en Chile.
La preeminencia de lo privado, la importancia de la cuenta corriente, del clasismo, es ley en Chile
Al frente, Sebastián Piñera, un hombre inteligente, hiperactivo, mediático, dueño de la segunda televisión del país, que no ha vendido; acaba de lograr más de 1.000 millones de dólares por la venta de su paquete del 26% en la línea aérea nacional LAN. Más un inversionista con olfato que un empresario clásico. La patronal no se acaba de fiar de él. La declaración de intereses y patrimonio del presidente chileno señala su participación en 25 sociedades. Chile es el mejor país para hacer negocios de Latinoamérica. Piñera sería una mezcla de Sarkozy, del que se declara admirador, y de Berlusconi. Del presidente francés por su incesante no parar, una presidencia 24/7. En movimiento constante 24 horas los siete días de la semana. En una misma jornada, enseña el palacio presidencial a unos niños, recibe al número dos del Vaticano, demuele personalmente con una excavadora un hospital en ruinas tras el terremoto, y convoca al Gobierno pasada la medianoche. Comparte con Berlusconi la peligrosa confusión entre su ejercicio público y sus intereses privados. No se inmuta después de nombrar al presidente del Consejo regulador de la televisión nacional, con la que compite su canal, Chilevisión. O nombra ministro de Sanidad al ex director médico de la más importante clínica privada del país, en la que también tenía un paquete accionarial. Piñera despacha las críticas de esta colusión impropia diciendo que "sólo los muertos y los santos no tienen conflictos de intereses". El Gobierno concentra el poder económico y el mediático en dosis muy altas.
La Concertación está desaparecida, dedicada todavía a buscar culpables de su derrota. No ha superado la fase de los rezongos. Sólo Bachelet, amada por los ciudadanos, mantiene su popularidad. La democracia cristiana se debatiría entre ser la derecha de la izquierda o la izquierda de la derecha. Lo previsto era una revolución privatizadora del Estado, recuperando los valores que "un progresismo ambiguo y, a veces, muy poco identificado con el alma de nuestro país, ha ido debilitando", en palabras del nuevo presidente. Pero el terremoto, que evidenció las brechas de pobreza y gran desigualdad social de Chile y fallas clamorosas en su reconocida modernidad, cambió el guión inicial. Piñera tiene que centrarse en la reconstrucción: el terremoto ha dejado a Chile con el mismo número de camas hospitalarias que tenía en 1953. El laboratorio político y social chileno vive estos días un interesante debate sobre cómo pagar la reconstrucción. Se barajan una emisión internacional de deuda, utilización del fondo de reserva y, anatema para los neo Chicago boys en el poder, una subida de impuestos a las empresas. Piñera mostrará que no es rehén de la patronal. Pero al mismo tiempo, en un birlibirloque: lo que te retiro por un lado te lo devuelvo por otro, el Gobierno ultima una ley para compensar fiscalmente las donaciones empresariales dedicadas a la reconstrucción. La preeminencia de lo privado, la importancia de la cuenta corriente, del clasismo, es ley en el Chile de hoy. El país vive una exaltación de la iniciativa individual. Piñera cobija los rescoldos del pinochetismo. El escritor Jorge Edwards, que le dio su voto, admite que la derecha está llena de pinochetistas. En una entrevista con la revista The Clinic, una mezcla de Le Canard enchainé y Hermano Lobo, lo explica así: "Pero la derecha no puede confesar ese pinochetismo, tiene que disimularlo. Es interesante que lo tenga que disimular. Los gallos que tienen el poder son de una generación nueva, que están en otra cosa. Hay una derecha liberal chilena, que está ahí y que es minoritaria, pero que tiene poder con Piñera".
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