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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Infortunio polaco

La súbita y trágica desaparición del presidente Lech Kaczynski no suscita hoy la preocupación que habría sido propia de otros tiempos sobre las relaciones ruso-polacas, pero no sería mala ocasión para una reflexión profunda de ambos países sobre su dolorosísima historia de enfrentamientos en esa parte de Europa.

El mandatario, junto al que han perecido su esposa, el jefe del Ejército y el gobernador del banco central de Polonia entre otros dignatarios, volaba ayer en un vetusto Túpolev, que se estrelló a unos kilómetros del aeropuerto de Smolensk, y se dirigía a participar en las ceremonias en homenaje de los 22.000 militares polacos asesinados por orden de Stalin en los bosques de Katyn (Rusia) en 1940. El recuerdo de la masacre que ha envenenado las relaciones entre ambos países desde la II Guerra se asocia de nuevo a circunstancias trágicas para Polonia. El primer ministro ruso, Vladímir Putin, había participado esta semana en un acto en memoria de las víctimas, pero no llegó a pedir perdón por el monstruoso crimen y para que hubiera plena reconciliación entre las dos naciones eslavas Moscú tendría que hacer la mayor parte del camino.

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El presidente, que junto con su hermano gemelo, Jaroslaw, había dominado la reciente política polaca, no sólo era un nacionalista de derechas de profundo anticomunismo, sino que sus aprensiones se extendían a lo ruso-soviético, en general. Pese a ello, el Gobierno que preside el centrista Donald Tusk había desarrollado un prudente deshielo con su gran vecino del Este. Los últimos contenciosos bilaterales tienen que ver con la eventual admisión de Ucrania y Georgia en la OTAN, a lo que se opone Moscú, pero que apoya con fuerza Varsovia.

Las presidenciales polacas, mientras tanto, se anticiparán constitucionalmente a junio, con probable enfrentamiento de Kaczynski y Tusk. El panorama queda hoy mucho menos definido.

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