Seis alumnos brillantes y nada más
"No hay truco, es que somos muy pocos", dice la directora del colegio con el ascenso más meteórico - El centro cierra el curso que viene
El colegio público Arroyofresno (Fuencarral-El Pardo) es un edificio de cuatro plantas escondido entre bloques de ladrillo. El jueves, último día de clase antes de Semana Santa, los niños salen por la verja con las notas del trimestre en la mano. "¡Sobresaliente, tengo un sobresaliente!", grita feliz un chico con el chándal azul y amarillo fluorescente de uniforme. Dos niñas se marchan discutiendo en rumano. Una madre marroquí entra a recoger a su pequeño.
En este colegio, donde caben más de 1.000 alumnos pero sólo hay 70 matriculados, se hablan varias lenguas. Hay niños de 14 nacionalidades, un 85% de alumnos extranjeros. "Se ha ido vaciando, cada vez hay más centros concertados", explica la directora, Concha de Hita. El Arroyofresno, que nació como colegio Apolo XI en 1969, fue de los pocos centros del barrio que absorbió a la población extranjera y a los niños de los poblados gitanos de La Quinta y Pitis. Adquirió mala fama y empezó a perder alumnos. Le cambiaron el nombre (el antiguo rótulo del Apolo XI sigue en letras de cerámica sobre la fachada), pero la cosa no mejoró, cada año eran menos.
De Hita ha visto a su colegio en una web, entre los 20 con mejores resultados de la prueba de sexto. Lo suyo sí que es un salto. El año pasado quedaron en el puesto 916. Y la explicación, en este caso, es una cuestión de suerte. Se presentaron seis alumnos, todos los que hay en la clase y de los que sólo uno es español. Y les salió bien. El año anterior, que eran siete, tenían un par de estudiantes con menos nivel que les hicieron quedar a la cola. Dos expertos en evaluación explican a EL PAÍS que los centros con menos de 20 alumnos por aula no deberían figurar entre los colegios evaluados porque, como pasa en este centro, uno o dos alumnos con notas bajas provocan grandes diferencias.
Pero el Arroyofresno apareció entre los 20 con más nota. La directora, que tiene el recorte en la mesa, no parece muy contenta. "No le damos mucha importancia, pero nos vamos con un buen sabor de boca". No le dan importancia porque, asegura, la prueba "no tiene ningún objetivo, no profundiza y no sirve para nada". Y lo de irse es literal. El colegio cierra en junio. "Un centro tan grande con 70 niños es insostenible", admite. Sus alumnos, que gozan de una atención personalizada por las circunstancias, irán a colegios con clases mucho más llenas. "Me preocupa que muchos pierdan el ritmo entre tanta gente", lamenta.
En sus nuevos colegios ya no tendrán un libro distinto por alumno ("les damos el material en función del nivel, no de la edad", explica la directora) ni notas tan detalladas como las de ahora, en la que los profesores cuentan a los padres al lado de las notas que el niño "sabe explicar las características de los paisajes de montaña". Las mismas que el niño del chándal fosforito, más feliz que unas castañuelas, agita al grito de: "¡Tengo un sobresaliente!".
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