Alemania desatada
Ulises se ató al mástil de su nave para no sucumbir al canto de las sirenas. Según la analogía popularizada por mi colega del European Council on Foreign Relations en Berlín, Ulrike Guérot, lo mismo puede decirse de Alemania, que durante los 40 años transcurridos entre la fundación de la República Federal, en 1949, y la caída del muro de Berlín, en 1989, se ató al mástil europeo para no sucumbir a los cantos del nacionalismo alemán.
A cada oportunidad, los alemanes pidieron una nueva vuelta de cuerda, y encima pagaron la factura. A los franceses les regalaron la Política Agrícola Común, a los británicos les devolvieron el dinero de sus contribuciones (el llamado cheque británico), y a la periferia pobre (incluyendo España) los fondos estructurales y de cohesión, sin olvidarse de la política mediterránea con la que se compensó el desplazamiento del centro de gravedad de la UE al Este. A tanto llegó la cosa que alguien definió cínica pero verazmente la construcción europea en los siguientes términos: "Europa es cuando todo el mundo se pone de acuerdo y Alemania paga".
Los alemanes creen que mientras ellos ahorraban los otros iban de fiesta y se endeudaban
Incluso después de la caída del Muro, cuando muchos temieron que la Alemania unificada se desatara del mástil europeo, los alemanes se ataron aún más firmemente. Así nació el euro, sólo comprensible desde la memoria de la generación de políticos de Helmut Kohl, que de niños jugaron entre los escombros de una Alemania devastada. Durante más de 40 años, se les dijo a los alemanes que ser un buen alemán requería ser un buen europeo, y obedientemente aceptaron todos los sacrificios que en nombre de Europa se les presentaron, incluyendo el poner el buque insignia de todo lo logrado, el marco alemán, a disposición del resto de Europa.
Fue una cesión enorme que dejó un poso de inquietud que nunca se disipó. En el imaginario colectivo de los alemanes, deuda, inflación y nazismo están íntimamente relacionados. Las reparaciones impuestas a Alemania al final de la Primera Guerra Mundial, unidas a la crisis de los años treinta, destruyeron los ahorros de las familias alemanas y los arrojaron en brazos del nazismo. Puede que sea una explicación demasiado cómoda de cómo una nación entera pudo sucumbir a los cantos de sirena de unos pocos, pero todo el mundo que conozca Alemania sabe lo que la palabra inflación evoca en ese país.
En 1993, un político liberal, Manfred Brunner, abrió la veda contra el euro, presentando una cuestión de constitucionalidad contra la Unión Monetaria. Posteriormente, en sucesivas intervenciones sobre la constitucionalidad de los Tratados de Maastricht y Lisboa, el Constitucional alemán ha enviado claras señales de insatisfacción con la UE, marcando límites muy estrictos a nuevas cesiones de soberanía y, lo que es más importante, reservándose el derecho a reclamar el retorno de las competencias transferidas a Bruselas.
Ahora, el temor a que la Unión Monetaria cayera en manos de un número excesivo de miembros y que algunos de ellos se descontrolaran gastando alegremente y poniendo a prueba la confianza de los mercados en el euro, se ha cumplido. Hace unos días, el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, ha dicho por fin en público lo que todos sabemos que muchos allí pensaban en privado: no habrá compasión con Grecia, ni dinero para rescatarla, y si es necesario poner a alguno de los 16 miembros de la zona euro de patitas en la calle, pues adelante.
En 1994, Schäuble publicó junto con Karl Lamers, portavoz de Exteriores de la Unión Cristiano Demócrata (CDU), un papel que recorrió Europa como la pólvora abogando por una "integración diferenciada", es decir, por una Europa a dos velocidades, con los ricos cumplidores al mando y en el centro, disfrutando de una verdadera unión política, y los pobres incumplidores calladitos en la periferia.
El papel logró el efecto contrario, porque los candidatos a miembros de segunda clase (entre ellos, España e Italia) vieron las orejas al lobo y cumplieron contra pronóstico con todas las condiciones exigidas para entrar en la Unión Monetaria. Las cosas funcionaron bien durante algún tiempo, hasta el punto que Joschka Fis-cher pudo plantearse, en su famoso discurso en la Universidad Humboldt en 2000, ir a por una federación europea en la que cupieran todos, no sólo unos pocos. Pero 10 años después, nada queda de esas ilusiones y esperanzas: los alemanes no sólo creen que mientras que ellos ahorraban y se apretaban el cinturón, los demás estaban de fiesta endeudándose por encima de sus posibilidades.
Al contrario que en otras ocasiones, esta vez no piensan pagar, aunque ello implique la ruptura de la Unión Monetaria. Desde su punto de vista, esta crisis es la última oportunidad de redención de los pecadores. Las sirenas del calvinismo han sonado, y esta vez Alemania ha decidido desatarse del mástil y buscarse un barco nuevo.
jitorreblanca@ecfr.eu
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