Una infancia de medio siglo
El cineasta Terence Davies repasa su carrera, eminentemente autobiográfica
Bajo ese pulcro aspecto de británico bondadoso, de buen hombre repeinado cercano al tópico del inglés del imaginario colectivo, el cineasta Terence Davies (Liverpool, 1945) esconde un puñado de pasiones volcánicas. A saber: amores por la música clásica, la poesía, el cine de Hollywood de los años cincuenta y su infancia en Liverpool; odios a la familia real británica, The Beatles, la Iglesia católica y la tecnología actual. Y todo ello lo enarbola o lo execra a voces: pasa del estallido al susurro en segundos. Y habla, habla sin parar, porque Davies tiene una memoria impresionante: atesora cada detalle de lo que ocurre a su alrededor. "Pero no es fotográfica, porque retiene mejor sentimientos y sensaciones".
"A la música pop la estropearon The Beatles con sus letras tontas"
Gracias a esa memoria y a la morriña por su niñez, Davies ha hecho carrera cinematográfica. "De los siete a los 11 años fui inmensamente feliz. Mi padre era un psicópata, pero yo era el menor de 10 hermanos y disfrutaba de la protección de mi madre y de mis hermanas. Éramos pobres en un barrio obrero de Liverpool. Teníamos poco, aunque todo lo que teníamos lo compartíamos. Y cantábamos, vaya si cantábamos. Sólo teníamos un disco en todo el barrio, y me acuerdo del día que un vecino se sentó encima de él y se rompió. ¡Qué desgracia!". Davies estalla en risas y desgrana recuerdos de melodías de Cole Porter o Gershwin, de la fruta que comía en navidades -"Sólo entonces probábamos la granada, las naranjas; era mágico"-, de las ensaladas en verano -"No había otra cosa"- o cuando el párroco les pilló comiendo salchichas un viernes de Cuaresma: "Las salchichas eran lo más barato". A los 11 años cambió de colegio, descubrió su homosexualidad y se acabó la felicidad. "Yo era profundamente católico, y durante siete años recé para que Dios me cambiara". Un día salió de misa y decidió que aquello era una estafa.
El inglés trabajó una década como contable antes de que hiciera cine. "¿La primera película que vi? Cantando bajo la lluvia, a los siete años. Entonces me creía todo lo que me contaban, y eso valía para el cine, para la religión... Me acuerdo de Sólo el cielo lo sabe, de Doris Day...". Davies es un creador único, que sólo ha hecho seis largometrajes entre 1984 y 2008 -el último, Of time and the city, un documental sobre Liverpool-, de discurso lírico, doloroso y combativo. "Siempre me he sentido forastero en todo: soy célibe, no encuentro cine parecido al mío, nunca me he drogado y ya supondrás que no bailo". Eso sí, ama la música. "En mi vida el arte fundamental ha sido la música clásica: Mahler, Mozart, Schubert... Más incluso que la poesía o la pintura. Una vez estuve tres semanas sin escuchar la Quinta de Sibelius y lo pasé fatal. A la música pop la estropearon The Beatles con sus letras tontas".
A pesar de definirse como un extraño, Davies colecciona un puñado de fieles. Para ampliar el número de sus acólitos, CaixaForum proyecta este mes todos los trabajos de Davies, que ha pasado unos días en Madrid. "Me choca que mi cine atraiga a la gente. Puede que sea por su honestidad. Pero no me siento cómodo en la sociedad actual, ni me gusta el Liverpool de hoy en día ni entiendo la tecnología. ¿Qué voy a hacer ahora? Uno llega al final de ese proceso autobiográfico y hay algo catártico en ese momento. Hoy quiero crecer y aprender. [Se echa a reír] No me engaño, dirigiré lo que me quieran producir".
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