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Europa: no violentemos la lógica de las cosas

La crisis económica general junto con la particular de Grecia están poniendo en dificultad al euro y, con ello, a lo avanzado hasta ahora en la construcción europea. Sería un grave error dejar caer al país helénico o forzarle a ponerse en manos del Fondo Monetario Internacional, como si se tratase de un país extracomunitario. Pero hay que reconocer que Alemania tiene motivos para resistirse a socorrer con dinero de sus contribuyentes a una economía que, dirigida en el pasado por un gobierno de la derecha, ha maquillado las cifras y cometido abundantes excesos.

¿Qué hacer ante estas situaciones? En mi modesta opinión, la mejor salida es sacar las consecuencias que se desprenden de la lógica del proceso: que los griegos hagan sus deberes y ayudar a Grecia con instrumentos financieros que prefiguren lo que debería ser una auténtica gobernanza de la economía europea.

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Me asombra leer lo que ahora los líderes europeos, el mundo académico, etcétera, escriben profusamente sobre la necesidad de coordinar las políticas económicas de los Veintisiete o, por lo menos, del eurogrupo. Como si esta necesidad fuese una novedad, cuando este menester estaba cantado desde el mismo momento de la implantación del euro. ¿O es que alguien pensaba que se podía tener una moneda única y 27 políticas económicas -fiscales, presupuestarias- diferentes? Porque el Pacto de Estabilidad y Crecimiento no era más que un sucedáneo de coordinación que ha saltado por los aires. Primero, cuando Francia y Alemania lo arrollaron sin que pasara nada y, ahora, con la brutal crisis que padecemos. Aquel pacto valía para ir tirando en las épocas de bonanza, cuando no era necesario socorrer a nadie y se miraba para otro lado ante los excesos de una orgía que nadie quería estropear. Pero ahora es urgente funcionar con otra lógica y otros instrumentos. De lo contrario, pondremos en riesgo la propia construcción de la Unión.

Esta lógica tiene su historia y sus leyes. Desconocer la primera y ofender las segundas tiene su castigo. Cuando los europeos decidimos superar nuestras viejas matanzas y empezar a poner las cosas en común, iniciamos un sabio proceso que tenía sus leyes o, si se prefiere, sus exigencias. De esta suerte, ¿quién podía negar que poner una parte de la energía -el carbón, el átomo- y la base de la industria -el acero- en común, fuese positivo? Y así se hizo. Luego conseguimos, nada menos, crear el mercado único y todos convinimos en que fue un acierto, que impulsaba nuestro crecimiento y bienestar. Pero, ¿era funcional, e incluso posible a medio plazo, proceder en un mercado único con 15 o 27 monedas

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