Una papelera amenaza el lago Baikal
El primer ministro ruso permite los vertidos de una fábrica para reducir el paro
Sobre el siberiano lago Baikal, la mayor reserva de agua dulce del planeta, penden nuevas amenazas. En su ribera sur, la fábrica de papel y celulosa de Baikalsk (BTSBK), perteneciente al imperio del magnate Oleg Deripaska, se dispone a reanudar su contaminante producción después de que el jefe del Gobierno, Vladímir Putin, le diera permiso para verter sus residuos al lago. La decisión ha movilizado a los ecologistas y ha menguado las simpatías que Putin se ganó en 2006 al alejar del Baikal el trazado del oleoducto de Siberia oriental al océano Pacífico.
Inaugurada en 1966, la BTSBK cerró sus puertas en octubre de 2008 por no haber logrado reciclar (y no verter al lago) el agua utilizada en la limpieza de la celulosa, como exigía la normativa. En paro quedaron 1.600 trabajadores de Baikalsk, una localidad de cerca de 17.000 habitantes, del tipo monogorodov, es decir, dependiente de una sola industria.
La empresa cerró en 2008 por incumplir las reglas medioambientales
Entre los riesgos para la ecología o el empleo, Putin optó por lo segundo. El resultado, en enero, fue una disposición por la que el vertido de aguas residuales al lago dejaba de estar prohibido. El director de la BTSBK, Konstantin Proshkin, dice tener ya una plantilla de 1.450 personas (en 2008 eran 2.200) y espera iniciar la explotación plena cuando los responsables del control de la naturaleza le den el permiso.
Mientras, la desvencijada maquinaria de la papelera ha producido más de mil toneladas de cartones y papel de embalaje que, según su director, no requieren vertidos de agua en el lago, a diferencia de la celulosa (más rentable), tratada con cloro. China es uno de los clientes de la BTSBK, que subsiste con fondos facilitados por Deripaska para comprar materia prima y sustancias químicas y pagar sueldos. En las orillas del Baikal helado, los troncos apilados esperan ser convertidos en pulpa. "Si no llega el permiso pronto, se nos acabará el dinero", afirma un directivo.
Deripaska, que tiene amplios intereses en la región, controla la BTSBK y el Estado conserva cerca del 49% de las acciones. Para desprenderse del negocio, el oligarca quiere transferir la mitad de su participación al ejecutivo Nikolai Makárov, de la empresa Kontinental Invest, y la otra mitad regalarla al municipio. La lucha de los ecologistas contra la papelera se remonta a la época soviética. En 1987, Mijaíl Gorbachov ordenó su cierre para 1993, pero la URSS se desintegró antes. Los presidentes Borís Yeltsin y Vladímir Putin apostaron teóricamente por la modernización e incluso se llegó a negociar un crédito para renovar el equipo. Pero tras la llegada de Deripaska a la empresa en 2002, no hubo ni crédito ni modernización. La papelera cerró en 2008 porque el cartón no era rentable y, porque, al no haber sido modernizada, no podía producir celulosa sin contaminar el lago.
La situación de hoy es la misma o peor, al haberse deteriorado la maquinaria y haber perdido a especialistas que encontraron otros trabajos. "No invertir da malos resultados", afirma el alcalde de Baikalsk, Valeri Pintáev. "El invierno ha sido muy duro, con la población en el paro. Ahora, ha mejorado. La gente tiene adonde ir por las mañanas", dice. La decisión de reabrir la fábrica llegó cuando Baikalsk se reorientaba hacia otras actividades como el turismo, dice Marina Rijvánova, líder de la Ola Ecológica del Baikal. "Mientras estuvo cerrada la gente buscó otras posibilidades y muchos las encontraron", dice. La papelera y el turismo no son compatibles, afirma Andréi Pyluj, responsable de un próspero negocio de baños de vapor rusos a la orilla del lago (con chapuzón helado incluido). Los efluvios de la papelera, dice, espantan a sus clientes.
Moscú parecía orientarse hacia la clausura de la papelera hasta que Putin descendió en batiscafo al lago en agosto de 2009, opina Víctor Naúmov, un empresario de Irkutsk. Al emerger, Putin opinó que el "Baikal está en buen estado" y que había otros problemas "tal vez más importantes". El director Konstantin Proshkin opina que los turistas ensucian más con su basura que la fábrica con sus vertidos. El alcalde Pintáev espera que la papelera sea rentable y pueda invertir en su modernización. Sólo entonces está dispuesto a considerar aceptar las acciones que le regala hoy Deripaska.
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