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Columna
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Dos tazas de desconfianza

Lluís Bassets

La técnica es bien conocida. Hay que sentar a los dos adversarios que sostienen posiciones de imposible conciliación y buscar acuerdos sobre asuntos a veces marginales o menores para que sirvan de estímulo a sucesivos acuerdos de mayor calibre. Se trata de poner en marcha el círculo virtuoso en el que cada paso que se da, por pequeño que sea, es un estímulo para dar el siguiente. La negociación total, en la que nada se acuerda hasta que todo el acuerdo está cerrado, no ha funcionado nunca entre israelíes y palestinos: al final se rompe o ni siquiera hay energías para levantarlo.

El punto del que se parte ahora no puede ser más débil. Llevan ambos bandos 14 meses sin hablarse. Israel está gobernado por un Gobierno extremista, en el que los colonos que ocupan ilegalmente tierras palestinas siempre terminan pesando más de la cuenta. Los palestinos se hallan divididos, territorial y políticamente, entre el terrorismo de Hamas, que malgobierna la franja de Gaza en condiciones de miseria creciente, y el débil Fatah, sin legitimidad electoral, con mando en Cisjordania. Cualquier progreso anterior, y los hubo en los últimos meses de Bush con la conferencia de Annapolis, quedó arruinado con la guerra de Gaza y la trabajosa formación de un Gobierno israelí en el que no faltan xenófobos y antiárabes, pero que destaca por la presencia de un ministro de Asuntos Exteriores de origen ruso, como Avigdor Lieberman, que es un auténtico antidiplomático y en todo caso el peor rostro internacional de toda la historia de Israel.

Empiezan sin esperanza alguna los contactos de proximidad entre israelíes y palestinos

Barack Obama llegó a la Casa Blanca en enero de 2009 con muchos bríos y espléndidas promesas sobre la paz en el mundo y, naturalmente, en Oriente Próximo. Hizo solemne promesa de amistad inquebrantable con Israel y de garantía de su seguridad nada menos que ante un público árabe en El Cairo, y en contrapartida conminó a Netanyahu a que congelara los asentamientos como paso previo a la negociación directa para la creación de un Estado palestino al lado del Estado israelí. Eso fue el 4 de junio pasado; pues bien, el 14 de junio, Netanyahu no tuvo más remedio que recoger el guante en un discurso tan solemne como lleno de condiciones y de cautelas en el que apoyó con la boca pequeña la fórmula de los dos Estados, aunque rechazó la congelación de los asentamientos. Luego corrigió el tiro y también decretó la congelación por 10 meses de la construcción de nuevas viviendas en territorio palestino, pero con más envoltorio de cautelas y condiciones que sustancia: la ampliación de las actuales colonias, a cuenta del crecimiento vegetativo, no está incluida; tampoco Jerusalén. Resultado: las colonias han seguido creciendo sin freno.

La estrecha amistad entre Washington y Jerusalén es ahora una pelea de familia. Son como un matrimonio malavenido que jamás querrá divorciarse y se prodiga en piques y discusiones. Obama ha viajado a Turquía y Egipto, pero todavía no a Israel. No se dio prisas para recibir a Netanyahu en la Casa Blanca y antes recibió al vecino rey Abdalá de Jordania. Ahora manda al vicepresidente Joseph Biden, de inconfundibles simpatías hacia Israel, para que inaugure esta fase de contactos de proximidad; pero evita así la solemne visita que escenifique este amor inquebrantable tantas veces predicado. Por eso la respuesta que obtiene es una doble bofetada. El lunes, se anuncia el permiso para construir 112 hogares en el asentamiento de Beitar Illit y el martes la construcción de 1.600 viviendas en Jerusalén Este, en territorios dentro de la ciudad destinada a ser la capital palestina.

Biden iba a fomentar la confianza. Quería caldo y le han dado dos tazas. Pero de desconfianza. Su respuesta sobre el terreno ha sido todo lo contundente que podía esperarse. Primero se comportó con Netanyahu como un jeque árabe: le hizo esperar una hora y media. Y mientras tanto redactó el comunicado de condena, al que no le faltaba ni una letra: "Condeno la decisión del Gobierno israelí de promover la construcción de nuevas viviendas en Jerusalén Este". En realidad, no ha sucedido nada que no hubiera sucedido antes. Netanyahu ya desafió a la autoridad de Washington con la formación y composición de su Gobierno, y desde entonces todo ha ido confirmando la desgana israelí ante las negociaciones de paz y los argumentos de los palestinos respecto a la burla de los asentamientos. Ayer recibieron a Biden en Ramalah compungidos pero más cargados de razón que nunca.

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Así empieza esta nueva ronda de negociaciones. Con la modestia de un método que ni siquiera exige a los negociadores que se saluden y miren a los ojos. Sin esperanza alguna, porque una parte sólo piensa en Irán y la otra desconfía absolutamente de todos, incluso de sus propias fuerzas. Quizás ésta sea la única luz al final del túnel: cuando nada se espera, algo puede obtenerse por pequeño que sea.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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