Valparaíso, qué disparate eres
Cada vez que leo la Oda a Valparaíso -de donde he robado el título de este artículo- o la Oda al caldillo de congrio, entierro más profundamente en mi memoria los horrendos, lacayunos, y a la vez sentidos versos que Neruda dedicó a su Capitán: "Ser hombres comunistas / es aún más difícil, / y hay que aprender de Stalin / su intensidad serena, / su claridad concreta, / su desprecio / al oropel vacío, / a la hueca abstracción editorial". Pelillos a la mar, Ricardo Neftalí, le digo mentalmente al Poeta (llamándole por su nombre de pila), mientras me pregunto una vez más cómo pudieron salir de la misma sensibilidad, y casi simultáneamente, algunos de los engendros de Las uvas y el viento (1950-1953), incluyendo el largo poema dedicado a la muerte del sanguinario Bonaparte soviético, y el deslumbrante torrente lírico de las Odas elementales (1954). Releo con el mismo placer que la primera vez (allá en la prehistoria de mis lecturas adultas) los versos dedicados a la ciudad ("qué loco, / puerto loco, / qué cabeza / con cerros, / desgreñada") en la que, el próximo 2 de marzo, dará comienzo el V Congreso Internacional de la Lengua Española, que durante cuatro días se convertirá en la suprema instancia del idioma que hablamos 450 millones de personas en este atribulado planeta. Poetas y narradores, filólogos y lingüistas, filósofos y científicos, periodistas y políticos (de todo pelaje), empresarios y economistas, y hasta el único monarca en ejercicio (por ahora) que tiene el español como lengua materna, se reunirán para debatir el presente y el futuro de la lengua común, considerada bajo sus más variados aspectos: desde espacio universal de comunicación (en espectacular crecimiento) hasta mercancía básica del cada día más floreciente negocio de las industrias culturales. Las tablas de la ley en las que se basará implícitamente casi todo lo que allí se hable es la flamante y voluminosa Nueva gramática de la lengua española (Espasa: 30.000 ejemplares vendidos), elaborada colectivamente por las Academias nacionales bajo la coordinación de la RAE. Don Víctor García de la Concha, el incansable muñidor (según la primera acepción de la palabra que da el DRAE) del proyecto, aceptará sin duda el merecido homenaje de sus cofrades, reunidos bajo techo académico mientras la ciudad que los acoge recibe indiferente el eterno "beso / del ancho mar colérico". Ya en el congreso anterior (Cartagena de Indias, 2007) "el Director" por antonomasia estuvo a punto de levitar de emoción ante el reconocimiento de su triunfo (con Gabo y Clinton como espíritus tutelares y música de vallenato como banda sonora): espero que esta vez lo logre, y corone de ese modo un fecundo mandato que, definitivamente, ha puesto a la RAE en el mundo (real). Lo que más lamento de no estar allí es no poder disfrutar de un buen caldillo ("grávido y suculento") de congrio, cuya nerudiana Oda sigue siendo la más salivógena (si se me permite el neologismo) receta que he leído en mi vida. Al fin y al cabo, y cómo expresaba con afectación el gran Lezama Lima, comer es "incorporar mundo exterior a nuestra sustancia". Quizás por eso, sólo de pensar en ese guiso popular y sagrado, y en su "fragancia iracunda", la boca se me hace no charco, sino océano Pacífico.
Reparto
En el extraño y más o menos salomónico reparto periódico de las publicaciones de la RAE entre Planeta (vía Espasa) y Santillana ahora llega el gran momento de la segunda. No olvido que algunos editores (siempre ha habido envidiosos) se atreven a afirmar en privado (y a mi oído, siempre limpio de cerumen) que dicho turno editorial podría tener algo de oligopolio consensuado (y consentido), pero hoy no pretendo vadear terrenos pantanosos, sino sumarme a la fiesta editorial que, con motivo del congreso de Valparaíso, celebra Santillana con sendas ediciones conmemorativas (bajo el auspiciante logo de la Academia) de los dos premios nobel chilenos: Pablo Neruda y Gabriela Mistral. Del primero se publica una Antología General (en librerías a partir del 10 de marzo), y de la segunda En verso y en prosa, otra recopilación que no aparecerá hasta el 14 de abril. Ambas continúan la serie de "grandes" de nuestro idioma iniciada con El Quijote (con ocasión del IV Centenario) y proseguida luego con Cien años de soledad (publicada con motivo de la exaltación de su autor al Olimpo de la lengua, en Cartagena de Indias, 2007) y La región más transparente, de Carlos Fuentes, un regalo (difícil de explicar de otro modo) de la RAE y sus asociadas con motivo del ochenta cumpleaños de su autor, que sigue esperando otro más sustancioso con remite de Estocolmo. Además de las antologías conmemorativas mencionadas, Santillana publicará (también el 14 de abril) como plato fuerte y referencial un esperado Diccionario de americanismos (2.400 páginas) destinado a limar esos escollos y malentendidos léxicos que hacen que, por ejemplo, uno no pueda "coger" impunemente todo lo que quiera (incluyendo "conchas" en la playa) sin causar befa o escándalo al personal no gachupín.
Latinoamericanos
Con total seguridad, desde Rubén en adelante a los españoles se nos acabó el monopolio de la (gran) literatura en castellano. Y, desde mucho antes, al menos desde las independencias -ahora se conmemoran, también editorialmente, sus 200 años- los inquilinos de la áspera y adusta Piel de Toro no marcamos la pauta viva del idioma, ni somos sus amos en exclusiva. La RAE tardó en comprenderlo, quizás más preocupada en limpiar y fijar que en dar esplendor, pero ahora tiene bien aprendida la lección. Hoy más que nunca, la suerte del español se juega en América, cuya literatura se publica copiosamente en España, donde es premiada con los más prestigiosos galardones literarios (el Biblioteca Breve acaba de concederse a El oficinista, del argentino -inédito en España- Guillermo Saccomanno). En todo caso, desde el boom no se recordaba una eclosión semejante de abundancia (latino)americana en las librerías españolas. Conocer la obra de los jóvenes escritores de nuestro "lado de allá" (generalizando a todo el continente el "acá" de Horacio Oliveira en Rayuela) contribuye, como ya lo hizo espectacularmente en los años sesenta y setenta, a ensanchar el imaginario literario colectivo y el uso creativo de este antiquísimo idioma que fue sembrado en América (sin pedir permiso a los entonces propietarios de la tierra) hace cinco siglos. De lo último que me ha interesado (y limitándome hoy sólo a la narrativa) selecciono El fondo del cielo, de Rodrigo Fresán (Mondadori, novela), El mundo sin las personas que lo afean y arruinan, de Patricio Pron (Mondadori, relatos), Señales que precederán al fin del mundo, de Yuri Herrera (Periférica, novela) y Locuela, de Carlos Labbé (Periférica, novela). Además, y muy disciplinadamente, le he dado mi repasito anual (incompleto y a saltos) a Paradiso, de Lezama Lima, de quien este año deberíamos celebrar con pompa el centenario del nacimiento. Con o sin edición conmemorativa.
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