Las contradicciones de Lula
La muerte del disidente cubano Orlando Zapata pocas horas antes de la llegada de Luiz Inácio Lula da Silva a La Habana ha dejado en evidencia las contradicciones de la diplomacia brasileña a la hora de presionar, como potencia regional que es, en favor de la protección de los derechos humanos o las libertades civiles. Lula ha sido capaz de cerrar jugosos acuerdos comerciales con La Habana y, al mismo tiempo, ignorar la petición de la disidencia para interceder ante los hermanos Castro -"Lula hace negocios sobre los cadáveres", decía ayer una tribuna del diario O Estado de São Paulo-. Igual sucede con Venezuela, donde la influencia que ejerce Lula sobre Chávez jamás ha servido para aliviar un ápice la situación de la oposición a Caracas. Brasilia ha puesto el grito en el cielo por la permisividad colombiana para el uso de sus bases por parte de EE UU, pero nada ha dicho sobre la ingente compra venezolana de armas rusas.
En el reciente conflicto hondureño, Brasilia tuvo la primera oportunidad de demostrar su influencia fuera de Suramérica. Pero la crisis salió del punto muerto tras la intervención de EE UU. En Haití, las tropas brasileñas tienen el mando de la primera misión de la ONU a cargo de fuerzas latinoamericanas. Pero tras el terremoto, fue la Casa Blanca la que movilizó miles de soldados para organizar la llegada de la ayuda humanitaria. Por ahora, los resultados de la política exterior brasileña destacan más por los préstamos del banco de desarrollo BNDES o por las inversiones de Petrobras y de la constructora Odebrecht que por la defensa de las libertades en Latinoamérica.
Cuba es una gran oportunidad de Brasilia para demostrar su liderazgo regional al margen de las ideologías y para "proyectar en la actuación internacional de Brasil la confianza en el potencial transformador de la sociedad democrática", como aboga el asesor especial de asuntos internacionales de la presidencia brasileña Marcel Fortuna Biato en un artículo publicado en octubre en la revista Política Exterior. "En un mundo que abandona antiguos paradigmas económicos y quiebra mitos ideológicos, reforzar la confianza y disolver los recelos, atreverse a crear nuevos nexos de interés y ganancia mutua, sobre todo con países vecinos, debe ser el eje de la política exterior brasileña. Lo llamamos paciencia estratégica", explica Fortuna Biato.
Tras una visita de Lula a La Habana a principios de 2008, el analista político del diario Folha Kennedy Alentar adelantó que los Castro habían elegido Brasil para ayudarles a mejorar las relaciones con Washington y, llegado el caso, para asistir al régimen a la hora de emprender cambios políticos y económicos. A cambio, Lula le pidió a Raúl una mayor apertura política para demostrar al mundo que La Habana estaba dispuesta a hacer una verdadera transición democrática y no sólo reproducir el modelo chino -apertura económica bajo un férreo control político-. Pero Lula llegó el miércoles a Cuba más interesado en el comercio que en los derechos civiles.
Aparte de ser miembro de todos los clubes exitosos de las potencias emergentes -el G-20 y los BRIC (junto con Rusia, India y China)- y de haber tenido un papel clave para evitar que la sangre llegase al río en el enfrentamiento entre Venezuela y Colombia y en el conflicto civil boliviano, Brasil también tiene otra oportunidad de afianzar su liderazgo mundial con la crisis iraní. Puede presionar a Teherán para que sea transparente en lo referente al desarrollo del programa nuclear. Hasta ahora Brasilia se ha escudado en la "no injerencia" en los asuntos de otro Estado soberano. La cautela puede ser comprensible, pero Lula debería tener presente que sobre el ministro de Defensa del Gobierno iraní, Ahmad Vahidi, pesa una orden de captura de Interpol solicitada por Argentina, el principal socio comercial de Brasil en el Cono Sur, por su presunta participación en el atentado contra la mutual judía argentina en 1994 en Buenos Aires, en el que murieron 85 personas. La "paciencia estratégica" tiene sus contradicciones.
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