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Columna
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Todos sus deudores

La exposición Monet y la abstracción, que, con el comisariado de Paloma Alarcó, conservadora del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, y con el patrocinio de la Fundación Cajamadrid, reúne un centenar largo de cuadros de varias decenas de artistas importantes del siglo XX, procedentes de diversos museos y colecciones extranjeros es, a mi juicio, un ejemplo de lo que debe ser una muestra de sus características, porque no sólo tiene una tesis -la de la influencia de Claude Monet sobre el arte de vanguardia del siglo XX-, sino que está planteada de una forma original; a saber: la ortodoxia académica del arte del siglo XX, de inspiración americana, había establecido que el expresionismo abstracto americano genuino había surgido de la nada; esto es, de Dios, mientras que sus componentes bastardos o luciferinos, los adscritos a la abstracción lírica americana, eran el resultado viciosamente incubado en la decadente Europa procedente de Monet. En una palabra: lo genuino del arte americano procedía de Pollock, De Kooning, Gorky, Rodhko, etcétera, mientras que Helen Frankenthaler, Joan Mitchel, Sam Francis, etcétera, eran unos retardatarios paisajistas semifigurativos, al margen del cauce principal de la modernidad.

Así debe ser una muestra: no sólo tiene una tesis sino que está planteada de forma original
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Reflejo de Monet en un espejo abstracto

Frente a este código, hoy considerado cada vez más obsoleto, Paloma Alarcó ha hecho el esfuerzo considerable de precisar mejor el desarrollo del arte de la segunda mitad del siglo XX, demostrando cómo la deuda contraída con Monet sirvió por igual a los dos cauces divergentes del arte abstracto americano. Pero aún más, a pesar de las limitaciones que impone siempre una exposición temporal, nos proporciona las referencias necesarias para que nos percatemos de que la huella de Monet no sólo quedó circunscrita al ámbito de Nueva York, sino que afectó a todas las áreas de innovación moderna del arte occidental, utilizando en su exposición inteligentes referencias al arte europeo de los años cincuenta y sesenta, e incluso, en un más difícil todavía, alargando la influencia del genial pintor francés hasta la génesis del minimalismo.

Claude Monet (1840-1926) fue el genuino inventor del impresionismo, pero, además, por su dilatada existencia, que sólo se comprende cuando uno se percata de que a la muerte de Monet Pablo Picasso tenía 45 años, vivió mucho y no precisamente en vano. Quiero decir que, al margen de todas las importantes innovaciones aportadas por el impresionismo, que en su caso además de las características alegadas al uso consistió en la visión serial de la obra, tuvo el ímpetu durante su alargada madurez de experimentar la pintura como gesto y desde el plano, lo que significa haberse adentrado en los caminos del expresionismo. Con esto se comprende que Monet fue una raíz de la modernidad polivalente, que es justo, y por primera vez, lo que establece esta magnífica exposición, en cuyas dos sedes, el Museo Thyssen y la sala de Cajamadrid, se exhiben no sólo las obras matriciales del pintor francés, sino muchas de las figuras cruciales de las vanguardias de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, lo que es en realidad un retrato completo del arte del siglo XX.

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