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Columna
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Un minuto de silencio

He dudado entre titular esta columna según aparece o llamarla "escándalo", palabra que incluye el ruido entre sus sentidos. Pero elijo Un minuto de silencio por lo que tiene de llamada al homenaje en momentos que son de pérdida. No vivimos buenos tiempos; lo dicen abrumadoramente los datos. Día tras día se nos presenta un panorama económico "tocado" y en muchos ámbitos con el agua al cuello. La vertiente material de la crisis es objeto ahora mismo de una atención constante y justificada. Pero echo de menos, entre tantos diagnósticos y análisis necesarios sin duda, la presencia de lo inmaterial; aproximaciones a lo inmaterial, a las razones impalpables -no traducibles a datos contables o cómputos de (de)crecimiento- que han podido conducirnos hasta donde estamos.

La crisis es producto de muchos factores, entre los que creo que ocupa una posición significativa lo que llamaré la tentación de la irrealidad o la permanente distracción de la realidad a la que de tantas maneras se nos invita, por la vía mayormente de impedirnos u obstaculizarnos lo otro: la atención, la reflexión, la percepción del detalle ilustrativo. Creo, en ese sentido, que la crisis tiene mucho que ver con la ausencia de silencio o con la reducción al máximo de las ocasiones o de las condiciones para pensar. Vivimos rodeados de ruido, de músicas, de interferencias de fondo.

Y citaré algunos ejemplos que tal vez puedan parecer inofensivos y que, sin embargo, son para mí una parte esencial del problema al que nos enfrentamos o un elemento esencial de esta crisis (que es una crisis de modelo de vida y de cultura) por lo que suponen de ataque al pensamiento, a la alerta y a la productividad intelectuales. Espero un tren de cercanías en un apeadero. Estoy en el andén, esto es, al aire libre, y, sin embargo, desde unos altavoces me llega música. Entiendo que esos altavoces son necesarios para proporcionales a los viajeros informaciones puntuales, pero ¿y la música?, ¿es de verdad imprescindible? Me subo a un autobús interurbano, tengo por delante una hora de viaje, es decir, en teoría tiempo para sestear o leer o simplemente meditar, cerrando los ojos o sin cerrarlos, mirando por la ventana. Pero el chofer tiene, como suele ser habitual, la radio encendida en el programa de su predilección: noticias, deportes, música; lo que él ha decidido que oigamos todos, porque, desde luego, no oírlo, dado el volumen seleccionado, no resulta posible. No resulta posible nada que no sea esa distracción. Y podría seguir multiplicando los ejemplos y los contextos en los que los sonidos de fondo se hacen dueños de la situación, la parasitan.

Se insiste en que la crisis necesita soluciones más que puntuales, estructurales. En mi opinión éstas pasan también por bajar el nivel y el protagonismo de los ruidos ambientes, por restaurar las condiciones de la atención y el pensamiento, por institucionalizar los minutos de silencio.

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