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Reportaje:HAITÍ

Vivir con dos euros al día

Juan Jesús Aznárez

La burguesía apoltronada en las mansiones de Haití, con ático en Nueva York y Miami, heredó la codicia de los caudillos alzados contra el amo francés para arrebatarle los entorchados y el control de las plantaciones. Recobrada la libertad, los descendientes de los macheteros esclavos que humillaron a los ejércitos napoleónicos para fundar, en 1804, la primera república negra de América malviven hoy en Cité Soleil y Las Salines, cultivan parcelas de azada, emigran si pueden y apenas protestan por la corrupción porque ellos también quieren ser césares y ambicionan el súbito enriquecimiento observado en sus presidentes, ministros y funcionarios.

Las invocaciones internacionales a la probidad en el ejercicio del cargo público, las alertas contra la corrupción oficial y la despiadada usura en los negocios, regentados mayoritariamente por mulatos y blancos, son una rareza en las chabolas de Puerto Príncipe, invadidas por el paro, el trajín de la supervivencia y la chavalería gritona y sin escolarizar. La promoción de la rectitud se pierde entre los vecinos absorbidos por las timbas de dominó, las apuestas y su apasionada afición al Real Madrid y al Barcelona.

"La burguesía quiere el poder para enriquecerse. El pueblo admite que un presidente se haga millonario", dice Juan Blázquez, canciller de la Embajada española

Las llamadas a la decencia y a una ciudadanía responsable son vacías jaculatorias en las blindadas residencias de los nuevos amos y en los asentamientos de parabólicas piratas donde madres de diez hijos, sin padres a la vista, venden carbón vegetal. La miseria vive en la calle y no renuncia a las tertulias playeras de ron, cerveza y tambores. "En Haití, que es África en medio del Caribe, hay un sentido fatalista de la vida porque nunca han disfrutado de estabilidad", dice Luis Encinas, director de operaciones de Médicos Sin Fronteras.

El caos es patrimonio nacional desde los incumplimientos del patriota Jean Jacques Dessalines (1758-1806), cuyas proclamas fundacionales contra la opresión y por la equidad se demostraron retóricas, pues pronto impuso el trabajo forzado en los tajos azucareros y se tituló emperador Jacques I. Sus asesinos fundaron dinastías ladronas, y la brecha entre las masas negras analfabetas y la plutocracia mulata o blanca, el 4% del total con el 80% de los recursos, acabó afianzándose.

Sin agua corriente ni electricidad estable, los habitantes de la ex colonia francesa pugnan por la vida. Unos montan guardia en el aeropuerto a la caza de la propina extranjera, otros estiban en el puerto y los grandes almacenes y otros sirven a las mafias del contrabando de armas y los cuerpos policiales que cortan una carretera nacional para facilitar el aterrizaje de una avioneta en tránsito con cocaína.

al pairo desde que nacieron, miles de jóvenes deambulan por las calles, miles de viejos de 50 años se acaban sin haber conocido Internet, y decenas de miles se agolpan en los doce mercados fronterizos con la República Dominicana para ofrecer textiles y falsificaciones chinas, y comprar varillas de acero, cemento, jabones o velas que revenderán en los zocos de las ciudades. Todo un país se encomienda al vudú, a las divinidades africanas que ampararon a sus mayores en las bodegas de los barcos negreros y acabaron conviviendo con la iglesia de los esclavistas en oportunista sincretismo.

Los mismos feligreses de la misa católica por la mañana asisten por la noche a las misas vudús, porque, a su manera, el haitiano es profundamente religioso, aunque la proyección moral de su credo no se vea reflejada en su vida cotidiana. Si hay que robar, se roba.

Y si la historia explica el comportamiento de las naciones, la historia es mucho más determinante en la mentalidad del grueso de los diez millones de haitianos, dispuestos a la suma de fuerzas contra alguien, contra Napoleón, contra la primera invasión de Estados Unidos (1915-1934) o contra un ladrón de fruta al que hay que linchar, pero de un individualismo exasperante si se trata de la obtención de un beneficio común. La vida es tan dura como orgulloso el carácter de los herederos del esclavo cimarrón, capaces de no vender antes que rebajar su mercancía y de alimentarse con galletitas de tierra, sal y aceite vegetal. El haitiano "tiene unas tremendas ganas de salir adelante", según defiende Jorge Salamanca, cooperante durante seis años en la nación caribeña y responsable de América Latina en la ONG Acción contra el Hambre.

El 80% de los profesionales abandonó el país, un millón reside en Estados Unidos y el resto sueña con las costas de Florida y un puesto en la burocracia de 500 euros mensuales para costearse un buen móvil o un colegio privado. A la espera del milagro del sueldo mensual, sólo disponible para el 20% de la población, el resto no llega a los dos euros diarios en el anárquico mundo del trueque y la economía informal. Más de medio millón regresaron al esclavismo en las peonadas de los cañaverales y andamios dominicanos.

El historiador y antropólogo Juan Blázquez, canciller en la Embajada española en Puerto Príncipe entre 1990 y 1995, estudió la torturada mentalidad del haitiano, trasladado a palos desde África a La Española para talar caoba y cedro, cosechar la zafra y reponer las bajas de la extenuación, las enfermedades y el látigo colonial. "En Haití sólo hay pobres o ricos que lo tienen todo", señala. La trata atrapó a medio millón de africanos de diferentes etnias y tribus, sólo vinculados por el color de la piel, la religiosidad y el infortunio.

Y cuando se ha vivido pobre y encadenado no sorprende la sacralización del dinero. Blázquez no ha conocido una burguesía tan cultivada como la haitiana, que habla cuatro idiomas: inglés, francés, español y creole, y le sobran aptitudes, pero no apuesta por ella. ¿Puede hacerse cargo del país? No lo cree. "Ellos quieren el poder, simple y llanamente, para hacerse millonarios. Absolutamente todos. Incluso el pueblo admite que haya un presidente que se haga millonario. Para eso es presidente o ministro".

¿Cómo vive la gente del país que fascinó a Alejo Carpentier? En una sociedad patriarcal, la mujer haitiana es la más sacrificada del mundo. Apechuga con la familia, pero quiere a un hombre a su lado, aunque haya que recurrir al embarazo para retenerlo; se equivoca, porque el hombre suele desaparecer ante las responsabilidades, observó María Antonia Blanco, directora de DIYITE, que trabaja en su querido Haití desde hace 10 años. La mujer busca entonces a otro hombre, queda preñada, vuelve a fugarse el varón, y al final alimenta cinco o seis hijos de diferentes padres. "A mí me parece un pueblo generoso, que te da lo que no tiene", resume Blanco.

pero el desprendimiento no es precisamente norma entre los burgueses afincados en las colinas de Petión Ville, casi todos amigados con las élites de mulatos, universitarios, grandes agricultores y sindicalistas de conveniencia, diestras en la corrupción de una clase política aborrecible y pervertida. Controlan el sector financiero, los negocios de importación y exportación, la pequeña industria turística y cualquier transacción que sea lucrativa.

El fundamentado epílogo de un cooperante policial remite al pesimismo porque "la ineptitud es la tónica general en el país: muchos de los que quieren no pueden y la mayoría de los que pueden no quieren". Y si dentro de cinco años se produce un terremoto similar al del 12 de enero, las consecuencias serán parecidas, agrega, porque los haitianos nada habrán aprendido. De hecho, y con honrosas excepciones, entre los escombros y los muertos del último holocausto vuelve a observarse la desidia y la inconsciencia propias de un pueblo sumido en el fatalismo y un orgullo que se agota en la propia nobleza del término. "Haití c'est comme ça" (Haití es así).

Cultura sobre los escombros

El terremoto lo ha destrozado casi todo. Pero no ha podido con la cultura. Muchos coinciden en que lo que define esta nación no han sido sus instituciones, sino su arte. Como declaraba recientemente a Le Monde el autor haitiano Dany Laferrière: "Cuando todo cae, queda la cultura. Lo único que Haití ha producido". Sirvan estas pistas como guía:

Literatura. El país con más analfabetismo de América (el 38%, según

Unicef) presume del maestro René Depestre (Hadriana en todos mis sueños). Desde Nueva York, Edwidge Danticat repasa la historia de su país en Palabra, ojos, memoria. Dany Laferrière (Cómo hacer el amor con un negro sin cansarse) o Louis-Philippe Dalembert (El lápiz del buen dios no tiene goma) también han sido traducidos al castellano, a diferencia de otros interesantes autores, como Frankétienne. Haití ha inspirado a extranjeros como William Seabrook (La isla mágica) o Graham Greene, que ambienta Los comediantes en la dictadura de Duvalier (más tarde se adaptaría al cine, con Richard Burton y Liz Taylor).

Pintura. Hasta la llegada de André Breton a la isla, en 1945, poco se sabía del naïf haitiano. Al surrealista francés le impactó el método de Héctor Hyppolite: plasmaba lo que, según él, le dictaban los dioses en sus trances. Breton, defensor del sueño y el inconsciente, ensalzó a estos artistas acostumbrados a vender en la calle sus lienzos. A su vez, el estadounidense DeWitt Peters fundó una escuela de pintura en Puerto Príncipe. En ella se formaron Rigaud Benoit, hasta entonces taxista, o Roland Dorcely, que ha expuesto en el MoMA de Nueva York. En los años setenta irrumpió Tiga. Más recientemente, Claude Dambreville se aproxima al pop-art sin perder sus raíces. Unos 15.000 lienzos se exponían en el Musée d'Art Nader, destruido en el terremoto. Se han rescatado unos pocos cientos.

Música. Tras la independencia de Haití, los franceses expulsados llegaron a Cuba con sus esclavos. Y con ellos, el cinquillo, que dio lugar al danzón cubano. Lo explicaba Bebo Valdés: "Traen esa música sincopada, y los cubanos le ponemos violines, piano y tambores". La música haitiana ha derivado desde los años cincuenta de Compás direct, una fusión de jazz afrolatino y ritmos locales que inventó el barbero y saxofonista Nemours Jean-Baptiste. Hoy cantan en creole T-Vice o Sweet Micky, que mezcla salsa y reggaeton. Lejos de sus fronteras, el rapero Wyclef Jean vendió 22 millones de discos con los Fugees.

Cine. Raoul Peck (Lumumba) abrió camino en el Festival de Cannes de 1993, cuando presentó L'homme sur les quais. Pese al esfuerzo de Arnold Antonin (presidente de la asociación de cineastas) o Nicolas Rossier, la industria brilla por su ausencia. Abundan los documentales foráneos, como Dreams of democracy, de Jonathan Demme, o, recientemente, Ghosts of cité soleil, de Asger Leth. Por javier heras

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