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China reclama su papel de superpotencia

Pekín exige en la conferencia de Múnich protagonismo en el nuevo orden mundial

Andrea Rizzi

China ha cruzado el Rubicón y la suerte de un nuevo mundo bipolar parece echada. Tras dos décadas de poderoso crecimiento económico en la sombra y de política exterior de bajo perfil, Pekín se considera madura para sumarse a Washington en el papel de superpotencia y reclama ser escuchada a escala global. "Somos un quinto de la humanidad. Lo digo humildemente, pero creo que China merece ser escuchada sobre cómo el mundo debe ser dirigido. De una manera u otra". Así cerró Yang Jiechi, ministro de Asuntos Exteriores de Pekín, la intervención con la que inauguró la 46ª Conferencia de Seguridad de Múnich y trazó las líneas clave de una política exterior cada vez más segura de sí misma -a veces conflictiva-, amplia y capaz de cambiar equilibrios.

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En un discurso muy diplomático y en gran parte prudente, algunas frases dejaron vislumbrar el sentir y las intenciones de Pekín acerca de los equilibrios mundiales. "Muchas naciones miran a China como a una fuerza de paz, estabilidad y prosperidad. China se esforzará para una mejora de los mecanismos de cooperación internacional que permita que tanto las naciones desarrolladas como aquellas en vías de desarrollo extraigan beneficios de las decisiones", afirmó el canciller ante la notable platea de Múnich, una suerte de foro de Davos en materia de seguridad que reúne este año a unos 50 ministros de Defensa y Exteriores.

Otras sonaron sibilinas. "No se trata de que una o dos naciones decidan el futuro del mundo", consideró el ministro, ante un público repleto de altos representantes de Occidente. ¿Protestaba contra el statu quo del pasado o lanzaba una promesa de futuro? Sea como fuere, los analistas reunidos en Múnich coinciden abrumadoramente en que la rompedora emersión de Pekín a la superficie política internacional dibuja la perspectiva de un mundo cada vez más dependiente de la voluntad y de la relación entre China y EE UU.

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Al respecto, Jiechi mantuvo firme el pulso con Washington en todos los asuntos que agitan la relación bilateral. No cedió un milímetro ante la presión para avalar sanciones a Irán, abogó por ulterior diálogo con Corea del Norte, reivindicó la legitimidad de la dura reacción china ante la venta de armamento estadounidense a Taiwán y del veto a cualquier acuerdo vinculante y significativo en materia de cambio climático. Jiechi llegó a definir "indignante" la venta de armas, de un valor de más de 6.000 millones de dólares, que calificó de "violación del código de conducta estipulado entre las dos naciones", en referencia a un acuerdo de la era de Reagan.

Taiwán es sólo la última de una serie de vigorosas fricciones, desde la presencia de Google en China, hasta la disputa sobre tipo de cambio del yuan y los incidentes en aguas del mar de China del Sur, cerca de la isla de Hainan. En todas, Pekín ha mantenido un tono más duro que en el pasado.

La reflexión sobre las causas de la evolución de la actitud china en la escena internacional monopolizó ayer la atención en las salas del hotel Bayerischer Hof, sede de la conferencia. La lectura mayoritaria apunta a dos directrices complementarias: en primer lugar, la sensación de fortaleza de Pekín por haber salido indemne de la crisis económica, frente a las dificultades de Occidente y de Estados Unidos, cuyo margen de maniobra será muy reducido en los próximos años por el disparado déficit. En segundo lugar, la tentación de un régimen siempre deseoso de apuntalar su control sobre la sociedad, de cabalgar la ola nacionalista para convencer a los conciudadanos de la fortaleza del sistema.

Jiechi aclaró parcialmente la incógnita. "China se siente más fuerte", reconoció, en un intercambio de opiniones posterior al discurso. "Tenemos mucho que aprender de otros países, pero estamos orgullosos de lo que estamos logrando. Hemos sacado a unos 300 millones de ciudadanos de la pobreza, una población equivalente a la de EE UU. Aún así, nos queda mucho recorrido por hacer", argumentó el ministro. El PIB estadounidense sigue siendo el triple del chino, y su poderío militar no está aún en discusión, sobre todo en el plano cualitativo.

Pero China ya ha alcanzado el umbral crítico -de recursos y psicológico- para ser un actor determinante, con capacidad de arrastre y bloqueo. Así, la reiteración de la voluntad de diálogo con Irán representa una pésima noticia para Washington, que intenta impulsar una nueva ronda de sanciones en el Consejo de Seguridad. "Creemos que Irán no ha cerrado totalmente la puerta a un acuerdo en materia nuclear y es importante seguir en las negociaciones", zanjó el representante de Pekín, que cuenta con poder de veto en la ONU.

Algunas omisiones también parecieron significativas: Jiechi ofreció pleno respaldo al esfuerzo de reconstrucción del Gobierno afgano. Hamid Karzai, presente en la sala, cosechó el apoyo. No hubo ninguna mención a la operación internacional en el país asiático.

Pekín empuja, quizá con mayor rapidez de lo que se esperaba, para que se termine el atardecer sobre un mundo con un solo oráculo, como el configurado desde el derrumbe de la Unión Soviética. Si no es ya así, pronto habrá otra voz que quiere ser y será imprescindible.

El ministro de Asuntos Exteriores chino, Yang Jiechi, a su llegada ayer al foro de seguridad de Múnich.
El ministro de Asuntos Exteriores chino, Yang Jiechi, a su llegada ayer al foro de seguridad de Múnich.EFE

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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