La batalla del padrón
El PP reclama un debate sin complejos que esconde, en realidad, una política sin principios
El intento de situar la inmigración en el centro de las preocupaciones políticas en España, según está haciendo el Partido Popular a cuenta de una errónea decisión del Ayuntamiento de Vic -que, por lo demás, siempre ha desarrollado una política de inmigración responsable-, demuestra la facilidad con la que el principal partido de la oposición suele caer en la tentación de la demagogia. Importando un eslogan de los partidos xenófobos europeos, los populares empezaron la semana diciendo que España estaba llena para, después, suavizar farisaicamente los términos y solicitar un debate parlamentario sobre la capacidad de recepción de trabajadores extranjeros.
Acabaron, incluso, sustituyendo la consigna de "papeles para todos" que achacan a la izquierda por la de "sanidad y educación para todos", en un desesperado intento de huir de la propia e inquietante sombra que está fraguando a sus espaldas. Resulta, cuando menos, sarcástico que el PP haya pasado los últimos años culpando a los "papeles" de un efecto llamada que, sin embargo, no tendrían la sanidad y la educación administradas según el súbito arranque humanista de Rajoy, al que, en cualquier caso, hay que dar la bienvenida.
El PP sabe que el debate que propone es una coartada para que se hable de inmigración, sencillamente porque es un terreno en el que cree tener las de ganar. No es que resulte imposible responder con datos y no con especulaciones cabalísticas a la pregunta de cuántos inmigrantes caben en España; es que se trata de una pregunta que, en realidad, no busca obtener una respuesta, sino crear un estado de opinión del que los ciudadanos saquen la esperpéntica impresión de que falta espacio físico a causa de tantos trabajadores extranjeros como hay. Por estos derroteros no se llega, como anuncia el PP, a un debate sin complejos, sino a una política sin principios. Pero no sin principios frente a los trabajadores extranjeros, sino frente a los propios ciudadanos, en quienes se azuzan las bajas pasiones disfrazándolas de argumentos.
Ante una anterior ofensiva del PP en materia de inmigración, el Gobierno y el Partido Socialista cedieron de manera vergonzante e impulsaron entre bambalinas la directiva europea del retorno con el propósito de esconderse detrás de sus aberrantes disposiciones para endurecer la Ley de Extranjería. Es de esperar que en esta ocasión no hagan lo mismo, porque si entonces no había razones, salvo las electoralistas, ahora ni siquiera éstas tienen sentido. El flujo migratorio se ha reducido drásticamente como consecuencia de la contracción del mercado laboral y el impacto del desempleo, que afecta con especial dureza a los inmigrantes, está siendo absorbido sin graves tensiones por todos los agentes sociales.
Es absurdo que, en esta situación, el padrón se convierta en un campo donde librar batallas. Y en este momento es sólo eso, el padrón, lo que separa a los partidos, puesto que el PP ha declarado aceptar que la sanidad y la educación se extiendan a las personas en situación irregular.
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