Obama y los bancos
Sobra el populismo; pero las medidas para limitar los excesos en Wall Street son adecuadas
Con razón había sido criticado el equipo económico del presidente Barack Obama por no asignar suficiente importancia a la reforma financiera en su país anunciada hace meses. Hacerla lo antes posible, así como tratar de que parte de los costes más explícitos sean asumidos por las entidades que han sido ayudadas masivamente con dinero del contribuyente estadounidense, forma parte de una pedagogía imprescindible para que el sistema no produzca más desafección y distanciamiento del originado en varios países, Estados Unidos de forma destacada.
Dicho esto, el momento escogido por el presidente de Estados Unidos para lanzar un órdago a Wall Street es claramente político. Coincide con el anuncio de grandes beneficios trimestrales de uno de sus bancos estrella y sigue al batacazo electoral cosechado por Obama en Massachusetts, de envergadura suficiente para que la Casa Blanca haya considerado imprescindible un movimiento hacia adelante en terreno tan sensible como el de apretar las tuercas a los grandes banqueros. La respuesta fulminante de la Bolsa refleja bien los temores que infunde el discurso beligerante del presidente estadounidense. La tasa extraordinaria a los bancos para recaudar 90.000 millones con los que compensar los rescates públicos está más que justificada, y sin embargo su anuncio hace unos días no provocó ninguna sacudida bursátil. El tono de las declaraciones del jueves, que sí han tumbado los mercados, sobraba.
Limitar el tamaño de las empresas financieras y la amplitud de sus riesgos asumibles son denominadores comunes de la generalidad de los informes de estabilidad de las principales instituciones económicas. La limitación impuesta al tamaño de los bancos o a cualquier otro tipo de empresa financiera es necesaria para evitar ese otro problema asociado, el de "demasiado grande para dejarlo caer", que igualmente estimula las aventuras irresponsables, en el convencimiento de que será el Gobierno de turno el que aguantará el peor de los desenlaces. Hay ejemplos suficientes de todo ello, algunos extraordinariamente recientes y gravosos.
Las medidas anunciadas por Obama, en cuya inspiración ha jugado un papel importante el ex presidente de la Reserva Federal Paul Volcker, economista prudente y sensato donde los haya, van en esa dirección profiláctica. Y es difícil disentir de su contenido, aun cuando hayan sido acompañadas de una retórica populista poco aconsejable.
No sólo hay que saludar que en la principal economía del mundo se adopten disposiciones correctoras de evidentes fallos y errores de funcionamiento del sistema. Hay que procurar además que algunas de ellas tengan una urgente réplica internacional. El aprovechamiento de la globalización financiera, de las posibilidades de ahorro e inversión verdaderamente transnacionales, exige una regulación que, cuando menos, minimice los costes de sus perturbaciones más previsibles.
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