El terremoto también aplastó a los espíritus
Los sacerdotes de la religión de origen africano sufren la escasez y piden ayuda
Algo hay en torno al vudú en Haití que refleja la guerra entre religiones. A primera vista, para el extranjero, parece que el cristianismo le va comiendo el terreno a las otras. Los autobuses van pintados con la cara de Jesucristo, los nombres de las calles, de los hospitales, de los colegios y orfanatos... todos son de santos y vírgenes. Bajo la ventanilla trasera de los autos se ven también libros evangelistas. El vudú no se deja ver fácilmente. Si al reportero le da por pedirle al guía que le presente a algún sacerdote del vudú, la respuesta puede ser ésta:
- Yo soy cristiano. ¿Cómo quieres que vaya a ningún brujo para llamar al diablo?
O bien una sonrisa incómoda, como si se hubiera mencionado algo inoportuno. La ceremonia de esta religión supuestamente mayoritaria en el país no es algo que se promocione precisamente en la recepción de un hotel. Hay que meterse en el barrio chabolista de Bristou, bajar al sótano de la casa de un sacerdote como Matís Colin, que va por la calle con una botella de vino Valdivieso, bajar por unas escaleras estrechísimas, y allí está el templo. Y allí pone su botella como ofrenda a sus espíritus.
Pero detrás de todas las velas, la calavera, las botellas de ron, whisky o anís que el brujo se beberá cuando pretenda sanar a alguien... detrás de sus plumas, tambores que se tocan con las manos, los codos, la barbilla y los pies, detrás de todo eso, lo que uno se encuentra es a un hombre que vive de la gente que acude para sanarla, un tipo que orina en una lata y vierte el contenido por la ventana mientras habla y que sólo pretende lo mismo que la mayoría de los haitianos: acceder a la ayuda internacional.
Después de él, en el mismo barrio, se presentarán otros hugan o sacerdotes varones, y después dos mambó o sacerdotisas. Y todos ellos enseñan sus ruinas, se lamentan de que con el terremoto la gente se priva de reclamar sus servicios y piden algo de ayuda por parte de algún organismo, sin saber cuál.
A diferencia de lo que sostiene la Autoridad Suprema del vudú haitiano, Max Beauvoir, ellos sí aseguran que el vudú puede servir para hacer daño a otra persona. "Pero no con un muñeco, sino con un corazón de vaca hervido", comenta la mambó Elian Jean, de 53 años. "A mí me ha venido gente para que mate a otra. Pero yo eso no lo puedo hacer sin permiso de un superior", sostiene.
En el mismo barrio se improvisan debates. Hay unos que creen en "los brujos", otros que son creyentes cristianos pero creen "un poquito", otros que no creen. Discuten pacíficamente mientras que unos metros más allá, también de forma pacífica, cuatro testigos de Jehová con camisas grises y pantalones negros, van difundiendo la palabra de sus biblias.
Parece que el cristianismo lleva cientos de años comiéndole el terreno a la religión de origen africano. Y el terremoto también juega en contra del vudú.
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