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Columna
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La propuesta

Los alumnos de Secundaria pasan en clase entre 30 y 32 horas semanales. Se supone que esas horas de dedicación al estudio debieran ser suficientes para que superaran con aprovechamiento sus materias. Sin embargo, no es así. El porcentaje de alumnos que abandonan sus estudios obligatorios sin acabarlos es llamativo (31%), pero el diagnóstico se agrava si tenemos en cuenta los mediocres resultados señalados por los indicadores internacionales para los alumnos que cursan sus estudios con normalidad. Algo no marcha bien, y se habla de la necesidad de reformar nuestro sistema escolar y de urdir para ello un pacto educativo entre las diversas fuerzas políticas, especialmente entre las dos mayoritarias.

Se supone que con ese fin, el PP presentó hace unos días su Propuesta para un pacto por la reforma y mejora de la educación en España. No sabemos si la misma es negociable o no, si es una propuesta para pactar con alguien ahora mismo o si se trata de una propuesta electoral. Mucho nos tememos, por su presentación misma y por su contenido, que se trate de lo segundo. Y como tampoco es cuestión, según se afirma en ella, de hacer arreglos sobre lo ya existente, sino de ir de lo general a lo particular(sic), es decir, de cambiarlo todo, sospechamos igualmente que responda al planteamiento del todo o nada, con lo que cualquier expectativa de pacto puede quedar en agua de borrajas. Pero es lo que hay, y vayamos con ello.

Hay una música en la propuesta que suena tan celestial como lo suele hacer en este tipo de manifiestos: igualdad, enseñanza común, libertad, calidad, excelencia, etc. Luego, cuando cada uno de esos temas desarrolla su melodía, las cosas resultan más problemáticas, y uno puede llegar a objetar que la libertad es otra cosa, y que lo común no puede serlo sólo cuando se refiere a cuestiones territoriales, como tampoco la autonomía sólo es válida cuando se refiere, en definitiva, a la ideología de los centros. Pero vayamos a lo concreto, de lo que poco hay en la propuesta, al margen de instrumentos y pruebas de control, estupendos todos.

Lo concreto es la nueva organización de la Secundaria, y es un disparate. La actual ESO quedaría reducida a tres cursos y el cuarto curso pasaría a engrosar el Bachillerato. Con 15 años un alumno terminaría una etapa y obtendría un título, pero tendría que cursar un año más, ya que la enseñanza seguiría siendo obligatoria hasta los 16. Como se está pensando en los alumnos menos brillantes, los que irían dirigidos a FP - salvo que cumplan esa edad repitiendo curso-, ¿a cambio de qué, con qué objetivo, salvo el de pasar el rato, cursaría un alumno un año de FP que no le va a ofrecer nada? ¿Es así como se piensa mejorar la FP, otro de los objetivos de la propuesta? Una medida así sólo tendría sentido si se ampliara la enseñanza obligatoria hasta los 18 años, medida que ya sugirió el ministro Gabilondo. Pero no es el caso. Continuará.

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