Era un tesoro disperso, un bestiario colorista que estuvo perdido durante medio siglo. En los años veinte, mientras Bella Rosenfeld, la primera mujer de Marc Chagall, leía y releía en voz alta las fábulas de La Fontaine, el pintor ruso aprendía francés y, al tiempo, pintaba sus fantásticas visiones.
"Audacias metafísicas, coartadas estéticas". En El árbol de la vida (Destino, 2003), su libro de memorias, contaba Eugenio Trías que si quisiera caracterizar con una frase el conjunto de textos que empezó a escribir a mediados de los años setenta, recién vuelto de América Latina, sería ésa.
J. M. MARTÍ FONT | Barcelona
El fotógrafo Jordi Bernadó retrata las contradicciones de la era del ladrillo, de un país que se creyó próspero y ultramoderno y despertó igual a sí mismo