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Columna
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Sucesiones: el tripartito en su laberinto

Josep Ramoneda

En tiempos de hegemonía ideológica conservadora, a nadie puede sorprender que el impuesto de sucesiones esté amenazado de desaparición. Sin embargo, sí es digno de una antología del disparate que le dé la puntilla un partido presuntamente progresista (Iniciativa per Catalunya) con la aquiescencia del conjunto del Gobierno catalán de izquierdas.

Es obvio que el factor más determinante de las desigualdades sociales está en las condiciones de origen de cualquier ciudadano. Los especialistas en educación explican que la situación familiar y social del niño es tan determinante que el retraso que no se consiga paliar en el periodo inicial de la formación del niño -hasta los seis años- es ya irrecuperable. Forma parte de la ideología dominante el discurso meritocrático: el esfuerzo individual es lo que garantiza premio y otorga reconocimiento. Y nuestras élites dirigentes, políticas y económicas, se llenan a diario la boca apelando a la igualdad de oportunidades. Hablar de meritocracia y de ampliación de oportunidades es puro cinismo cuando se convierte en causa nacional la supresión del impuesto de sucesiones, uno de los pocos impuestos que pueden tener un carácter realmente redistributivo, es decir, que pueden contribuir a reequilibrar mínimamente las condiciones de partida de unos y otros en esta lucha a muerte por el éxito que la meritocracia nos propone.

Suprimirlo es absolutamente injusto porque no beneficia a todos y favorece a los sectores de más alto nivel de rentas

Si asumimos el principio de Rawls según el cual una decisión es justa si favorece al máximo numero de ciudadanos y principalmente a aquellos que ocupan la parte más baja de la sociedad, la supresión del impuesto de sucesiones es absolutamente injusta, porque no beneficia a todos -a los que tienen poco ni les da ni les quita, pero les resta oportunidades- y favorece especialmente a los sectores sociales de más alto nivel de rentas.

Pero además es preocupante la señal que emiten las élites del país en cuanto a falta de ambición. ¿Qué esperan de unos hijos que desde que nacen saben que lo tienen todo pagado? ¿Qué margen tienen para construirse su propia vida a su modo y con sus aspiraciones propias si tienen el camino marcado? No es extraño que las élites económicas generen tanto parásito y que tantas empresas se quemen o se vendan en dos pasos sucesorios. El impuesto de sucesiones no deja de ser una manifestación de la voluntad de dominación y control: de mantener la mano propia sobre el destino y la suerte de sus hijos.

Pero, en fin, en una época en que la ideología es el dinero, seguro que todo lo dicho suena a música celestial. Ciertamente, es mucho más fácil hacer demagogia hablando del impuesto de la muerte, porque puestos ante la opción de pagar o no pagar, es obvio que nadie quiere soltar un duro. Pero precisamente por eso uno esperaría de los dirigentes políticos más pedagogía de la equidad -que ayuda a hacer la democracia sostenible- y menos populismo barato.

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Con lo cual, lo que realmente es perverso es este izquierdismo de salón que sirve en bandeja la supresión del impuesto. La reforma del impuesto es necesaria para compensar algunas injusticias que se pueden cometer con él, especialmente en las capas medias de la sociedad. En el clima ideológico actual, si de lo que se trata es de salvar el impuesto de cara al futuro, un Gobierno de izquierdas tenía que proponer una reforma que realmente dejara fuera del impuesto a una inmensa mayoría de la población: que el de sucesiones fuera de verdad un impuesto redistributivo a partir de las rentas más altas. Ello requería un tope de exención relativamente elevado. La exigencia de IC de bajar este tope se ha cargado definitivamente el impuesto. En cuanto gobierne el nacionalismo conservador, el impuesto de sucesiones será suprimido. No hubiese sido fácil desde el punto de vista de la opinión cargarse un impuesto que realmente sólo pagara el reducido núcleo de población de rentas más altas. Al bajar el listón se ha dado coartada a CiU: no lo suprimirá en nombre de los ricos, sino en nombre de las clases medias altas.

Artur Mas calculó perfectamente la jugada: rechazó pactar con los socialistas y con Esquerra la primera propuesta del tripartito, esperando que éste se viera forzado a aceptar las exigencias de IC. Así ha sido. Artur Mas no ha tardado ni 48 horas en dar la respuesta definitiva: "Suprimiremos el impuesto de sucesiones con carácter retroactivo". Cada vez que el presidente Montilla pierde la oportunidad de hacer un gesto de autoridad y poner en su sitio a quien quiebra la coherencia política del tripartito, el retorno del nacionalismo conservador al poder está más cerca. Al final, el tripartito está quedando atrapado en su propio laberinto.

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