Rouco busca nuevos fieles en el País Vasco
La designación del obispo de San Sebastián aspira a frenar la "deriva laicista" causada por el nacionalismo
"No se va a ir. Ese escenario no es realista. La apuesta es muy fuerte. Están convencidos de que tenían que dar un órdago y de que les va a salir bien. José Ignacio Munilla tiene el suficiente coraje para afrontar la situación y hacerse con la diócesis". Así respondía este fin de semana un buen conocedor del que será nombrado el 9 de enero nuevo obispo de San Sebastián, el ultraconservador Munilla, a la pregunta de si el rechazo del 77% de los sacerdotes guipuzcoanos podía hacerle reconsiderar su nombramiento. O si le abrumaba la división que su designación ha provocado entre nacionalistas y no nacionalistas.
La apuesta de la jerarquía por Munilla al frente del territorio más nacionalista de Euskadi, Guipúzcoa, es de tal alcance estratégico que hace imposible el retroceso. Ha sido cocinada por los dos jerarcas más importantes de la Iglesia española, el cardenal Antonio María Rouco Varela y el arzobispo Antonio Cañizares, que han influido decisivamente en el Vaticano. Su objetivo es cambiar el modelo eclesial en Guipúzcoa, que juzgan excesivamente laico por la "contaminación del nacionalismo" y sustituirlo por un modelo tradicional.
En Euskadi, el clero está muy envejecido y las vocaciones han caído en picado
El 55% de los votantes del PP se decanta por el catolicismo
La jerarquía eclesial quiere imponer sus dogmas sobre el aborto o los 'gays'
Rouco y Cañizares manejan datos abrumadores. El clero guipuzcoano, como el vasco en conjunto, está muy envejecido. Se aproxima a los 70 años. A la par, las vocaciones han caído vertiginosamente. En 2009-2010, la diócesis de San Sebastián sólo cuenta con cinco seminaristas; la de Bilbao, con siete, y la de Vitoria, con cuatro.
Otro dato que maneja la jerarquía como prueba contundente del grado de secularización vasca es que la demanda de la asignatura de Religión en la escuela pública es tan sólo del 36% frente al 70% de la media española. Sólo Cataluña, con un 29%, está por debajo de Euskadi.
No es un dato menor para Rouco saber que el electorado nacionalista es menos católico que el del PP. Así, el sociómetro de noviembre del Gobierno vasco revela que sólo un 11% de los votantes de Batasuna y un 14% de los de Aralar confían en la Iglesia; entre los de Eusko Alkartasuna las cotas son del 23%; y entre los votantes del PNV, del 38%. Sin embargo, entre los no nacionalistas, un 30% del electorado del PSE confía en la Iglesia y el del PP, con un 55%, se decanta de modo más rotundo por el catolicismo.
La conclusión de Rouco es que el nacionalismo es corrosivo para el catolicismo. "Donde hay nacionalismo hay más secularización. El País Vasco ha cambiado la cruz por el lauburu (símbolo mítico del nacionalismo)". Éste es el sentimiento del equipo de Rouco, del que forma parte Munilla.
Con el conservador Munilla en San Sebastián, Rouco pretende regresar a un modelo eclesial, basado en la jerarquía, la autoridad, el alejamiento de la corresponsabilidad con los laicos y las posiciones más duras contra avances sociales como la despenalización del aborto o el reconocimiento del matrimonio homosexual. Este modelo implicará la promoción del Opus Dei y de movimientos como los neocatecumenales, inexistentes en Guipúzcoa.
Es en este terreno, en el modelo eclesial, en el que los 131 curas guipuzcoanos dicen basar su rechazo a Munilla. En su carta apelan al progresismo del Concilio Vaticano II como el modelo referencial de la Iglesia vasca desde la Transición democrática.
En Guipúzcoa no se asiste a una mera batalla de un clero mayoritariamente nacionalista contra la imposición de un obispo antinacionalista, aunque también la haya. Se asiste, sobre todo, a un conflicto por el modelo eclesial aunque tiene efectos políticos.
En este sentido, es cierto que con la llegada de Munilla a San Sebastián terminará definitivamente la política de cierto distanciamiento de la Iglesia vasca con el Gobierno central, sea del PP o del PSOE, en política antiterrorista. Munilla no mantendrá la actitud crítica a la Ley de Partidos y la ilegalización de Batasuna, que ha caracterizado a la Iglesia vasca, y que le enfrentó públicamente a la Conferencia Episcopal, en 2002, cuando se aprobó dicha ley.
Este entramado explica la distinta reacción de los partidos: el entusiasmo del PP que se identifica con el perfil conservador y antinacionalista de Munilla; la beligerancia del PNV por la misma razón que al PP le entusiasma; y la prudencia del PSE, al que disgusta el perfil conservador de Munilla, pero ve bien el fin de la cobertura política de la Iglesia vasca a apuestas nacionalistas como su rechazo a la Ley de Partidos.
La designación de Munilla no es ajena a la existencia del primer Gobierno vasco no nacionalista de la historia democrática. Rouco y Cañizares han aprovechado una coyuntura que creen favorable para hacer un cambio tan drástico.
Con Munilla los gestos de la Iglesia guipuzcoana hacia las víctimas del terrorismo serán más expresos de lo que han sido estos años, aunque ya se produjo una evolución positiva tras el relevo de José María Setién por Juan María Uriarte en enero de 2000 como obispo de San Sebastián.
Setién, que elevó la defensa del derecho de la autodeterminación al terreno de la ética, fue insensible a las víctimas del terrorismo en los "años de plomo".
Uriarte, siendo obispo auxiliar de Bilbao, sacó a la Iglesia del feudo nacionalista. Fue tajante en la condena del terrorismo. "Tales muertes (las de ETA) merecen un nombre: asesinato", dijo en 1982. En 1985 propició un encuentro de jóvenes por la paz en Begoña (Bilbao) y a su influjo se debió la creación de Gesto por la Paz. Participó en la primera gran manifestación del pacto de Ajuria Enea, en 1989, contra ETA. Fue el primer obispo vasco que asistió a funerales de víctimas de ETA, en 1997: el de Miguel Ángel Blanco; el de un policía y un ertzaina, asesinados en Basauri y Bilbao.
Mantuvo una relación de amistad con Ricardo Martí Fluxa, número dos de Jaime Mayor en el Ministerio del Interior. Su confianza fue tal que llegó a sentarse en la mesa con la representación del Gobierno del PP y de ETA en mayor de 1999 en Vevey (Suiza).
Pero su buena relación con el PP se quebró cuando en 2002, siendo obispo de San Sebastián, suscribió la pastoral de los obispos vascos contra de la ilegalización de Batasuna. Además del PP, tuvo enfrente al cardenal Rouco que replicó con otra pastoral de la Conferencia Episcopal, de condena del terrorismo y el nacionalismo. Con Munilla algo así es impensable.
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