Una iglesia en permanente reforma
San Francisco el Grande tiene la tercera cúpula más grande de Occidente
La carpeta de San Francisco el Grande es de las gordas. En el Servicio Histórico del Colegio de Arquitectos de Madrid hay una casi para cada edificio de la ciudad. La de esta basílica de La Latina es abultada porque han pasado 225 años desde su inauguración, pero, sobre todo, porque desde que se empezó a construir -23 años antes- fue un pozo de problemas.
La azarosa cronología (que ocupa unos 50 folios) arranca con un pique entre arquitectos estrella de la Ilustración. El poderoso Ventura Rodríguez diseñó el primer proyecto (con planta de cruz latina), pero los franciscanos prefirieron la propuesta de fray Francisco Cabezas: una planta circular coronada por una cúpula de 33 metros de diámetro y 70 de altura, la tercera más grande de Occidente tras el Panteón y San Pedro, en Roma. Cabezas tuvo la idea, pero se la redactó José de Hermosilla, otro arquitecto superstar de la época. Puesta la primera piedra, empezaron las dudas de que aquello fuese a sostenerse. El crítico más feroz fue Ventura Rodríguez. En la carpeta hay un documento lleno de saña: "Es un proyecto concebido sin inteligencia, incapaz de acabarse y de poder ser completado; la iglesia sería la más deforme y bárbara del mundo".
La obra se paró, fray Cabezas se retiró y el proyecto pasó a manos de Antonio Plo, que luego resultó ser agrimensor, no arquitecto. "Llegó un momento que Carlos III recurrió a Sabatini, el arquitecto real, y le debió decir algo como: 'Francisco, por Dios, acábeme esto", bromea Ignacio Feduchi dentro del templo que lleva 25 años restaurando.
La relación de los Feduchi con la iglesia arranca incluso antes, en la guerra, cuando Luis Martínez-Feduchi Ruiz, padre de Ignacio, se encargó de poner allí obras de arte, muebles y carruajes a salvo de las bombas. La iglesia ya era entonces un museo ecléctico y abigarrado que Cánovas del Castillo ordenó decorar a finales del XIX. En 1972, un lienzo de siete metros por tres, clavado sobre el altar, se desprendió del techo. El tránsito de la Virgen cayó delante del mismísimo Franco, que tras el susto dio la orden de restaurarlo. El proyecto lo redactó Feduchi padre y fue ejecutado por Patrimonio. Se colocó un enorme andamio, "pero, muerto Franco, nadie ordenó quitarlo, ni continuar con la obra", explica Feduchi hijo.
Una mala broma burocrática que no se solucionó hasta que en 1984 los tres hijos de Feduchi, Luz, Javier e Ignacio, pudieron retomar el trabajo de su padre. Para entonces, había tanto que hacer que su proyecto de restauración ocupa otras cuantas decenas de folios en la carpeta. "El gran enemigo era el agua", dice Feduchi. La cúpula de plomo tenía filtraciones. "Ahora dirían que no es sostenible; no se pensó en las variaciones térmicas del clima madrileño". Hay momentos del día en los que en un lado hay escarcha y en el otro se podría freír un huevo. Esto crea unas tensiones tremendas, que unidas al viento abren paso al agua.
El andamio del franquismo se retiró en 2001, y aún hubo estructuras en el presbiterio hasta 2006. Casi 35 años en obras que han evitado que toda una generación haya visto el interior de esta iglesia. "Todo el mundo sabe dónde está, pero casi nadie ha entrado", dice el arquitecto. Dentro, cuadros de Goya o Zurbarán, esculturas de mármol de Benlliure, riquísimas verjas labradas, una crestería tras la cual se instaló la primera luz eléctrica de un templo madrileño... Pero también esculturas de cartón piedra, "como ninots", según el arquitecto, y un estilo ecléctico algo chocante. Se nota la falta de un criterio homogéneo. "Es evidente que en la construcción hubo demasiadas manos; pareciera, a veces, que está hecha a pegotes", admite Feduchi. Por ejemplo, las dos torres que Sabatini colocó encastradas a los lados de la cúpula, por un lado, provocan humedades, y por otro aprisionan un domo que podría haber marcado mucho más el perfil de la ciudad. Una cúpula mayor que la de los Inválidos de París o la de Santa Sofía en Estambul. Aunque mucho menos visitada.
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