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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Delicada miniatura

Afirma Carlos Sorín que su película La ventana es un plagio inconsciente del clásico inapelable Fresas salvajes (1960) de Ingmar Bergman. Aceptemos la falsa pista proporcionada por un cineasta que, por su declarada afinidad con los modos elocuentes del relato breve, parece haber dejado el auténtico referente de la propuesta muy a la vista: no hay tanto Bergman inconsciente como Chéjov vocacional en esta cuidadosa miniatura sobre vidas que se apagan, círculos que se cierran y reconciliaciones que quedan en suspenso. Sorín comete la imprudencia de mostrar a su protagonista -interpretado por Antonio Larreta- leyendo un volumen de cuentos de Chéjov. Colocar de un modo tan claro las cartas sobre la mesa no deja de entrañar riesgos: La ventana es una película excelente, pero hubiese resultado preferible no saber con qué modelo quería batirse. Entre otras cosas, porque el espectador puede preguntarse si, llegado el caso, el escritor ruso hubiese utilizado la cobertura de un teléfono móvil para medir la banalidad de algún personaje.

LA VENTANA

Dirección: Carlos Sorín.

Intérpretes: Antonio Larreta, María del Carmen Jiménez, Emilse Roldán, Roberto Rovira, Arturo Goetz.

Género: Drama. España-Argentina.

Duración: 85 minutos.

Un sueño, o un recuerdo camuflado en materia onírica, abre y cierra la narración de La ventana con la delicadeza de quién sabe que está manejando un material fragilísimo: una búsqueda de sentido que alcanza su plenitud en un equívoco, susceptible de perder su fuerza con el más leve titubeo. La película de Sorín cuenta el último día en la vida de un escritor mientras se dilata la espera del hijo pródigo y diversos rituales intentan rellenar la implacable supuración de vacío y postergar la anunciada irrupción de la fatalidad. Habrá tiempo en la jornada para una última victoria, solitaria, casi épica, crepuscular.

El cineasta sabe que en la historia mínima que tiene entre manos ocurre lo máximo, que, como en el mejor relato breve, no pasa nada y pasa todo, que sus mejores figuras de estilo son el cuerpo y el gesto de Larreta y esas presencias secundarias capaces de evocar su drama portátil sin verbalizar demasiado. El reproche crítico parece algo sumamente inapropiado en este contexto, pero hubiese sido preferible que Sorín dejara algún margen al espectador para adivinar sus referentes.

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