_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El Circo Americano

Francisco G. Basterra

Reunidos en familia en torno a la mesa con el pavo, los estadounidenses celebran desde el jueves, en un largo fin de semana en el que se detiene el país, su principal fiesta: el Thanksgiving o Día Acción de Gracias. A la naturaleza que, con la ayuda de los indios nativos, echó una mano para que los primeros colonos llegados a comienzos del siglo XVII desde Inglaterra superaran su primer duro invierno. Es también el primer Thanksgiving de Barack Obama en la Casa Blanca y lo afronta con un país que, tras apostar por el cambio hace justo un año, ahora parece que ya no tiene nada que agradecer al nuevo presidente que le prometió un radical cambio de rumbo.

¿Cómo se ha ido dilapidando a lo largo de sólo 12 meses, el impulso inicial del primer negro en llegar a la presidencia? La crisis económica, en la que aparece la luz al final del túnel pero con la persistencia de un alto desempleo, dos guerras abiertas que suponen una formidable sangría para la hacienda pública, la creciente percepción de la pérdida del papel hegemónico del país, la incertidumbre sobre el futuro de una generación joven aplastada por la deuda y que ya sabe que vive y va a vivir peor de lo que lo hicieron sus padres, son elementos de peso para entender por qué los norteamericanos no sólo no le dan las gracias, sino que le están volviendo la espalda a Barack Obama.

Obama está pagando las grandes expectativas creadas por los que le compararon con Lincoln

Cabe preguntarse si todavía nos queda Obama. Aunque no sea para siempre, como París, creo que la respuesta debe ser afirmativa. Puede que sea un presidente diésel. Frente al modo vaquero que dispara sin desenfundar, del que hizo gala Bush, su estilo es deliberado, basado en la información, no en las emociones. Recuerdo cómo esperaba en mi niñez la llegada anual a mi ciudad del Circo Americano, el no va más del espectáculo en un país chato. Veo a Obama como el empresario de aquel circo brillante, con tres pistas funcionando a la vez. El público exige que todo salga bien. El fracaso no se contempla y el riesgo parece no existir. El presidente maneja a la vez trapecistas, tragasables y fieras en la triple pista. Afganistán, el cambio climático y la reforma sanitaria. En los tres escenarios puede estar a punto de demostrar a sus críticos que se equivocan.

Obama prepara el discurso que el martes pronunciará en la academia militar de West Point para anunciar su decisión estratégica sobre Afganistán. Se espera que anuncie una escalada de la guerra enviando unos 30.000 nuevos soldados, compensándola con una fecha fija de conclusión y unos objetivos limitados. También les pasará la pelota a los aliados europeos, a los que podría solicitar hasta 10.000 tropas. EE UU quiere liderar en el cambio climático y Obama hace una apuesta de riesgo. Acudirá a la cumbre de Copenhague con una modesta propuesta de reducción de gases de efecto invernadero, para la que aún no cuenta con la autorización del Senado. Y arrastra a una reticente China. Su visita a Pekín no fue en balde.

Su popularidad acaba de perder la cota del 50%. La reforma sanitaria es incomprendida por una mayoría de la población. A Obama le falta un relato entendible de su programa transformador. Fue capaz de construir esa narrativa durante la campaña electoral, pero ya no proyecta una visión de conjunto. The Washington Post ha escrito en un editorial que, enfrentados al cambio por el que votaron, los norteamericanos pueden ser tan conservadores como los Borbones, los Austrias y los Zares todos juntos. Obama está pagando en demasía las grandes expectativas creadas por los que, tras su toma de posesión, le compararon con Lincoln. Los shows de televisión, como Saturday Night Life, que tanto hicieron por encumbrarlo, se mofan ahora del "presidente que no hace nada". La prensa, atacada de mala conciencia por su apoyo acrítico a Obama durante la campaña electoral, comienza a considerarlo como fallido. Devalúa su reciente viaje a Asia, presentándolo como una bajada de pantalones ante las autoridades comunistas de Pekín. Concluye, en coincidencia con los sectores más derechistas, que refleja la decadencia de Estados Unidos. Vivimos en una época en la que exigimos resultados inmediatos, incluso para los asuntos más complejos. La perversa y permanente urgencia del ahora. Cabría pedir un poco de paciencia, porque sí podemos, pero va a tomar tiempo. No es tan fácil como en El Circo Americano, donde en ocasiones también resbalaba un trapecista, pero nunca el león se comía al domador.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

fgbasterra@gmail.com

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_